Diario de León

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Tiene una extraña manía el ser humano de fijarse en lo malo que es realmente curiosa. Nos pasa a casi todos. A ver quién no busca un lugar de vacaciones con cientos, o incluso miles, de comentarios con la puntuación más alta posible, y consulta precisamente el único pésimo registrado en el sitio en cuestión. Y no sólo eso, sino que además el poso del comentario feo se queda en nuestra mente dando vueltas y relega a un segundo plano las miles de opiniones positivas. Ya da igual lo que digan porque hemos elegido quedarnos con el mosquito pegado en la ventana, el mal humor de un camarero que no tenía un buen día o la arruga de la sábana y ya no hay manera de cambiar esa sensación de que nos vamos a equivocar si no hacemos caso a ese grano de arena en el desierto.

Desconozco si este fenómeno tiene algún nombre concreto o si cuenta con el aval de la ciencia. Lo que tengo claro es que nos gusta rumiar las pequeñas tragedias cotidianas hasta convertirlas en algo verdaderamente importante. Ponemos el foco en asuntos nimios para hacerlos trascendentes y, de paso, olvidarnos de lo que importa en la vida. Y, mientras, es ella, la vida misma, la que pasa sin detenerse mientras nosotros nos evadimos con un comentario que no nos ha gustado, un pelo que no está en su sitio o el último fichaje futbolístico que nos sienta como un tiro a pesar de que no tengamos poder de decisión sobre él o que no obtengamos ni oficio ni beneficio.

Y somos protagonistas, pero también víctimas de ese afán cotidiano. Es el efecto boomerang, que lo que lanzas regresa con mayor o menor fuerza y tarde o temprano.

Y por eso podemos hacer muchas cosas bien pero hay que tener cuidado con equivocarse, que en esta sociedad está mal visto cometer errores aunque (por suerte) sea algo innato al ser humano y beneficioso. Esa falta humana o divina te puede poner en el disparadero de las críticas de esas personas que no tienen mejor cosa que hacer que juzgar a otros en lugar de poner atención en lo que están haciendo ellas. Nos flipa el chascarrillo y lo mal que le va al otro, el suceso, el cotilleo de turno, el tropezón o, todavía mejor, la caída ajena. Elegir lo malo, muchas veces, es una decisión de cada uno, así que si decide limpiar sus gafas de ver la vida y le apetece, cuénteme los resultados.

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