Diario de León

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Llegar fuera de hora cuando has quedado con alguien me parece irrespetuoso porque estás disponiendo del tiempo de los demás sin permiso, pero el hacer las cosas sin prisa lo entiendo como un arte. Una virtud que hay que trabajar para darle cuerpo y desapuntarse de la odiosa cultura de lo inmediato.

Y explico lo de tarde porque hacer las cosas a otro ritmo parece que tiene cierta mala fama cuando, en realidad, es algo maravilloso desmarcarse del rebaño. Tarde o pronto es algo relativo para según qué cosas. Salvo casos concretos, ¿quién determina cuándo es tarde para que a un bebé le salga un diente, dé su primer paso o pronuncie su primera palabra? ¿Para que un niño deje de hacerse pis en la cama o para que un adolescente asiente la cabeza de una vez por todas? ¿Cuándo es demasiado tarde para reconducir tu vida, estudiar una carrera o estar listo para querer y para que te quieran? ¿Para darte cuenta de que eso que te gustaba antes no es lo que deseas ahora o para mandarlo todo a mierda?

La inmediatez es sosa y aburrida y, lo que es más importante, nos resta disfrute y aprendizaje. Porque todo en esta vida tiene un camino, un recorrido que no por acortarlo es mejor ni le hace a uno más listo. 

Hacer las cosas ‘tarde’ es un lujo, sobre todo hoy en día, cuando la prisa nos invade y nos quita la salud, la ilusión y las ganas. Sin perder el tiempo, claro. Ahí está la clave, en encontrar el justo (y complicado) equilibrio.

Quizás no sería mala idea que se nos enseñe a experimentar y fallar. Y a volver a intentarlo. Sin culpa. Sin miedo. Sin más. Porque ahí reside el verdadero chute vital, no en hacerlo lo antes posible o conseguirlo todo a la primera, aunque esté muy bien visto y sea una delicia para quienes lo ven desde fuera. Casi nada es tarde o pronto, a no ser que hayas quedado con alguien y les estés haciendo esperar.

Reivindiquemos la cultura de ir a otro ritmo, al que cada uno necesite, y hagamos de ello algo normal. Porque tampoco todos los días estamos igual ni necesitamos lo mismo a pesar de que se nos exige una linealidad en casi todo que va en contra de lo humano. Porque este no es un mundo de robots ni máquinas, sino de seres humanos. No pasa nada por ir un poquito más ‘tarde’.

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