Diario de León

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Ya regresé del congreso cervantista de Cuenca, donde fui invitado a presentar un libro-travesura. No me pidieron que hiciese un bis, pero tampoco escuché ronquidos. Por si acaso, me había llevado unos hurras y unos bravos en playback; pero todo salió bien, sin necesidad de efectos especiales. El congreso, organizado en lo académico por la Universidad Menéndez Pelayo y por la Universidad de Navarra, estaba principalmente centrado en debatir acerca de cuál es el lugar de La Mancha de cuyo nombre no quiso Cervantes acordarse. Esto excede mis conocimientos eruditos, pero también mi escasa capacidad de orientación: si no llega a ser por mi mujer aún sigo deambulando por el casco histórico conquense buscando la sede del congreso. Qué bien nos lo hemos pasado. Cuánta buena gente hay repartida por estos territorios cervantinos, y cuánto saben los demás. Menos mal que hice caso a los coordinadores, Javier Escudero y Carlos Mata, y no presenté mi ponencia «En qué lugar quedaba el esternocleidomastoideo en el Siglo de Oro». Mi mujer me advirtió: «Tú verás, en la maleta ya no nos caben dos cascos. Ahora ya en serio: José María Merino impartió una lección inaugural maravillosa. Nuestro paisano es un gran emisario del amor por la literatura sin fronteras, y Cervantes es uno de los orígenes colectivos de la cultura occidental; pero también de la oriental, pues se personaron unos chinos encantadores y encantados a donar una traducción que habían hecho del Quijote, ¡y a mano! Ah, sí, ¡cuánto saben los demás!

Finalmente. se nos regaló una visita guiada por Cuenca, a cargo de su cronista oficial, Miguel Romero. Qué bella ciudad, con sus doce cuestas de enero. Uno de los cascos históricos más bellos de España. No pude recibir mejor regalo de cumpleaños: nuevos amigos.

Cervantes publicó la primera parte del Quijote cuando era vejete de 58 años, según las expectativas del XVII y la gente tenía la sana costumbre de morirse antes. Y cuando publicó la segunda, en 1615, era ya un ser de otro tiempo. Por cierto, me parece asombroso que el pasado domingo uno mismo tuviese 64 años y desde ayer lunes tenga 65, y con un día de diferencia. ¿Ustedes lo entienden? El corazón sabrá. Ah, ¡cuánto saben los demás!

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