Diario de León

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Ha fallecido José Antonio Ceballos, pariente y amigo, quien durante años dirigió el Hospital de San Isidro. El miércoles le despedimos en la iglesia de este mismo nombre, con Dios pero sin adioses. Para renacer hay que morir. En Ceballos, fe y formación científica no eran incompatibles, sino saberes complementarios. Fue un especialista prestigioso en enfermedades del pulmón y del corazón. También, alcanzó sólidos conocimientos de Teología. Necesitaba racionalizar su fe, no porque dudase sino por vocación de investigar. Hace poco tuvimos una larga conversación, tras serle amputada la pierna que le quedaba. A solas en su jardín, me confirmó que su fe le ayudaba a sobrellevarlo. Añadió socarrón: «Hay dos cosas que tengo asumidas… una, mis piernas no van salirme por la noche; dos, no tengo derecho a amargar a nadie». No lo hizo. Le gustaba mucho bailar y cantar. Siguió participando hasta cuando le fue posible con la Coral Isidoriana o dirigiendo el coro de Carbajal. ¡Cómo sonaron sus voces en la misa! Una bella ceremonia funeraria, como agua fresca que irrumpe de un caño o el vuelo libre de unos pájaros. Bella por ser Verdad. Los sacerdotes que la oficiaron eran muy amigos suyos, y no quiero decir que por ello se esforzaron más, sino que la amistad también es don cristiano. Al padre Juan se le quebró la voz en su homilía, y ese conmovedor quiebro contenía luz; el día anterior, en el tanatorio, don Primo - canónigo de la Catedral- había rezado un precioso responso; en ambos casos, destellos de una amistad verdadera. Qué bello.

Ceballos dedicó años a escribir un ensayo teológico sobre la muerte, él que a tantas personas había visto fallecer. Cuánto le han amado su mujer —Elvirina—, hijos y nietos. Cuánto les amaba él a todos. Cuánto le hemos querido sus parientes y amigos. Su ensayo El pecado original, en sobria edición casera, es ejemplo de su más rigurosa capacidad de reflexión. Volveré a menudo a sus luminosas páginas.

Un hombre bueno y sabio nos ha dejado, pero —en efecto— para renacer hay que morir. En este mundo agónico, la amistad es bendición y posibilidad de amarnos en el caos. Cuántos amigos tuviste, José Antonio Ceballos. Y cuánto disfrutarás hablando allá arriba de Teología.

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