Diario de León

TRIBUNA

Enrique Ortega Herreros
Médico psiquiatra jubilado

Oración principal

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Y o tenía un amigo entrañable que cuando hablaba de cualquier tema era muy dado a disertar sobre lo divino y lo humano viniera o no a cuento. Otro amigo común, cuando el primero se iba por las ramas con mucha circunstancialidad, le paraba en seco y le conminaba soltándole, alzando la voz: «Oración principal». Mi amigo entrañable no fallaba, sonreía y retomaba el tema ajustándose al contenido del mismo.

Traigo esta anécdota en cuestión para referirme a lo que se considera principal y a lo que se considera accesorio o secundario, pero que a menudo se emplea esto último para desviar la atención o para camuflar la importancia de lo primero. Piensen por un momento en la estrategia llevada a cabo por el Gobierno actual y su manera habitual de proceder, y en especial la de su presidente que es capaz de afirmar de una tacada una cosa y la contraria, lo que en principio le garantizaría que una de las dos versiones es la adecuada obviando la falsedad de la otra.

Si una noticia escandalosa, falsa o verdadera, se erige en protagonista tapando o desplazando el hecho de lo que era noticia ayer y que incomodaba sobremanera, utilicémosla profusamente. Así se construye el relato. Pero no es tan fácil como pudiera parecer. Si usted no tiene práctica en el asunto fracasará en el intento, seguro. Ahora bien, si al cabo de mucho tiempo de práctica o bien por poseer un don natural al respecto, le ha cogido el tranquillo a la cuestión, y ha comprobado que le da un buen resultado, lo tiene chupado.

Es corriente en el ser humano la tendencia a adjetivar la verdad, lo sustancial del discurso, a dar explicaciones tendentes a apuntalar la veracidad del contenido. No basta con exponer la verdad desnuda, concreta, como si no fuera suficiente, como si necesitase «vestirla» para hacerla más atractiva y creíble. Y cuando de la mentira se trata, entonces el ropaje cobra un valor especial, desplaza lo esencial hacia lo secundario, sustituyendo y prostituyendo lo real en aras de lo ficticio.

Llegado a este punto me viene a la mente un sketch televisivo de un genial humorista quien, tras escuchar a un personaje al que supuestamente entrevistaba, acababa afirmando con rotundidad mirándole fijamente: «No pasa ná, pero que sepas que ser, eres». Así, sin aditivos, sin andarse por las ramas, sin necesitar dar más explicaciones al respecto.

Trasladada esta nota de humor al discurso de quien todos estamos pensando, se me ocurre contestarle: «Que sepas que ser, eres». Y si se le ocurriese preguntar: Que soy ¿qué?, la respuesta rotunda y unánime sería: «Un mentiroso» (y muchas más cosas no encomiables, precisamente). Y en este caso sí pasa, sí importa y mucho, dadas las consecuencias. Es cierto que para describir a un árbol puedo hacerlo de múltiples maneras, pero si se trata de hablar de las raíces del mismo, no me sirve irse por las ramas…

En nuestra lengua se emplea un dicho: «Conviene separar la paja del grano», referencia obligada a nuestros orígenes agrarios.

Si bien ambos, el grano y la paja, hacen parte de un contenido común, lo que más vale en realidad es el grano (la verdad). La paja sirve para lo que sirve, que diría un castizo.

En relación a la paja y el grano, me viene a la memoria una anécdota personal de mi niñez, permítanme que se la cuente. Cuando echábamos de comer a los animales de labor, en sus pesebres mezclábamos el grano con la paja. Recuerdo que entre los caballos había uno que era mi favorito y al que yo trataba de una forma especial. Él lo sabía, y cuando yo entraba despacito en la cuadra y me colocaba a su lado con un puñado de cebada en mi mano, me miraba con unos ojos muy grandes, emitía un sonido peculiar, como un esbozo de relincho de alegría, movía la cabeza, contento, y la restregaba suavemente sobre mi cara.

Todavía recuerdo nítidamente la suavidad y el calor de su belfo sobre mi mejilla. Después buscaba mi mano repleta de grano. Jamás se me habría ocurrido ofrecerle paja en lugar de los granos de cebada.

Es, pues, la verdad lo que verdaderamente importa, y no me sirve aquello de que existen tantas realidades verdaderas como puntos de vista haya al respecto, ni lo de «nada es verdad ni es mentira», del poeta. Podrán existir adjetivos calificativos, matices, dudas o ignorancia del porqué, del origen mismo de esa verdad, e incluso de cómo sortearla o de hacer frente a sus consecuencias, pero eso no cambia para nada la esencia de la misma. La mentira pretende justo lo contrario, aunque nunca lo consiga en realidad. No existe la verdad mentirosa, aunque sí la mentira verdadera… Es la riqueza del lenguaje humano.

Volviendo a las consideraciones sobre una determinada facción política, comprobamos que trata de pervertir la realidad con la mentira, predominando el egoísmo personal sobre el bien común, imponiendo la hegemonía del poder personal sobre el poder general, invocando, sin matices ni consensos o entendimiento entre ambas realidades, la bondad de una supuesta necesidad de imponer la libertad individual sobre la colectividad, etc., etc.; eso no puede traer más que consecuencias nefastas, a la corta, a la media o a la larga para la sociedad en su conjunto.

Los fuegos de artificio son eso, artificio. Podrán ser atractivos y evocadores de fantasías y recuerdos primitivos, pero nunca son fuegos de verdad. El engaño, el trampantojo, la ilusión, e incluso la alucinación pueden proporcionarnos deseos que satisfacer o temores que obviar, pero, siendo en esencia falsos, nunca podrán sustituir a la verdad.

Hacer una ley a la medida de intereses espurios personales y acomodaticios está reñida con la verdad necesaria de una ley que proteja y exija a la vez los derechos y obligaciones que la misma conlleva en beneficio de la colectividad en su conjunto. Corregir después la mentira, la falsedad que se ha hecho cuerpo no es tarea fácil, y a veces prácticamente imposible. Piénsese, por ejemplo, en los mitos, las leyendas trufadas de mentiras, las creencias erróneas incardinadas en el inconsciente colectivo, etc. Pueden pasar incluso siglos antes de que la verdad se abra paso, si es que lo logra. Para muestra ahí tenemos la vigencia de la falsa «leyenda negra española».

Hecho el daño, repararlo puede ser una tarea muy complicada y, acaso, imposible. Actualmente estamos abocados a sufrir las consecuencias de una ley que ha sido engendrada «contra natura» y, posteriormente, malparida. Cuando de esos polvos vengan los lodos, no valdrán las lamentaciones y mucho menos las justificaciones (falsas) aduciendo que lo que se pretendía era otra cosa.

Lo de siempre en estos casos: Mucha paja y poco grano, irse por las ramas y no ceñirse a la «oración principal». Y que Dios reparta suerte…

Hacer una ley a la medida de intereses espurios personales y acomodaticios está reñida con la verdad necesaria de una ley que proteja y exija a la vez los derechos y obligaciones que la misma conlleva en beneficio de la colectividad en su conjunto
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