Diario de León

Por todos los valles del Esla (III)

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León en verso
Luis Urdiales
León

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En los valles del Esla, nunca tan cerca del cielo, siempre tan lejos de Dios, los milagros suenan a santos e inocentes; los milagros son apariciones. A veces, llega un tipo con la idea poderosa de los que saben vender helados entre los esquimales y acerca el rescate; venid a mí, todos los que estéis cansados y agobiados, que yo os aliviaré. Las hemerotecas rebosan historias de la última época en la que los valles del Esla se iban a salvar por encima de sus posibilidades, incluso por encima de las del salvador, arropado por patrones y políticos importados para la foto y la ocasión, con la nueva línea de cosméticos con bolita y cubilete y la pócima que haría crecer pelo en las ranas, y ataría a los perros con longaniza. Los perros con longaniza ya salía en parvulitos en las escuelas de los valles del Esla, a las que se llegaba llorado de casa, y con conceptos universales básicos en la supervivencia frente a los avatares de la vida; que vale más soto roído que monte florido, o el afamado tratado sobre la economía de la decencia del bollo de monja, carga de trigo, una vacuna que inocula el virus de la incredulidad y protege del mesianismo. Los valles del Esla son la novena a la hora del ángelus, el campanero que lleva la virgen en la procesión, un vía crucis en la misa del Gallo. Son valles mimetizados. No se sabe dónde empieza la carretera y dónde acaba el río, el arroyo; la charca es un bache en medio del asfalto. Y los coches, truchas que remontan lecho arriba en busca de un recodo sereno en el que desovar la próxima generación con la que restañar las carencias a las que fue sometida la actual; que cure el agravio de la ruina, aceptada con conformidad, desde cuando se sabía bien de quién era el rebaño porque ninguna res daba positivo por la tuberculosis de los tejones. En fin, los valles del Esla y el silencio del agua; los valles del Esla y el vuelo imperial de los buitres sobre la paz de los sestiles; los valles del Esla y el cincel de sus fuentes; los valles del Esla, para enterrar el aforismo de Heráclito, convencido de que un hombre jamás podía cruzar dos veces el mismo río; no en este río, que engorda del manantial que abreva la sed de esperanza de los hombres.

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