Diario de León

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O admitimos que la corrupción estará siempre aquí o no dejaremos de dar coces contra el aguijón ensanchando la decepción que lleva al desánimo y a la derrota moral, así que el único objetivo social y político debería ser no negarla —por tan presente y pertinaz— y regularla y, sólo así, pulirle el modo salvaje con que tantas veces se comporta. Sólo legislándola podrá reducirse a lo tolerable, porque lo mismo que dice el Evangelio sobre la presencia eterna de los pobres en la Tierra, la corrupción siempre campará entre nosotros igual que si fuera un mandato natural como el comer y el cagar. Porque la corrupción es «per se» lubricante que agiliza o estimula. Sin engrasar, el buje se recalienta y se esferula el carro. Algo nos enseña en esto el catalán para quien el primer mandamiento de su catecismo es «la pela es la pela» y, así, si dice que el 3% es la norma en las mordidas, eso no lo mueve ni Cristo vestido de payés o de monaguillo de Pujol. Fíjese la comisión o corretaje en ese porcentaje... y a otra cosa, mariposa. Y al que se exceda, dele el juez con la badila en los nudillos para que se cuide de volver a meter el cazo en la caja del común; y en cuanto a la corrupción entre propios, allá se entienda cada cual haciendo de su capa un sayo y de su culo un arco del triunfo... como siempre.

De antiguo viene. Bien lo sabía el poeta Horacio que en el 27 a.d.C. escribía: «Si el vaso no está limpio, lo que en él derrames se corromperá». Y poco caso se hizo a Cicerón: «Servirse de un cargo público para enriquecimiento personal resulta no ya inmoral, sino criminal y abominable»; o a Tácito: «Cuánto más corrupto es el estado, más leyes tiene». Pero pasaron los siglos y el monstruo de las galletas de oro engorda más y más, aunque Joan Baez advertía: «Si no peleas para acabar con la corrupción y la podredumbre, acabarás formando parte de ella». Y ya Valle Inclán clamaba en desierto: «En España el mérito no se premia. Se premia el robar y el ser sinvergüenza. En España se premia todo lo malo». Y si Balzac sabía que «Detrás de cada gran fortuna hay un delito», en las supergrandísimas fortunas como las de Musk o Bezos ¿cuántos delitos no cabrán?...

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