nubes y claros
La voz del asesino
Decía George Orwell que la libertad de expresión es decir lo que la gente no quiere oír. El panorama era distinto: ni existía la jungla de las redes sociales ni las bondades de la información se medían en clics morbosos. Aunque, bien es cierto, existían refugios de regodeo amarillista, tipo El Caso. La diferencia, tal vez, era que la legislación no era tan minuciosa como lo está en la actualidad. Una autopsia de cuantos órganos tocan las informaciones sensibles que a la vista está que no logra discernir claramente los límites a establecer a la hora de exponer públicamente lo que a cada cual le venga en gana o conveniencia.
El caso del libro El odio, sobre el aberrante crimen que cometió José Bretón al asesinar a sus dos pequeños para martirizar a su ex, vuelve a poner sobre la mesa los límites, o no, de alimentar la pública curiosidad con argumentos o detalles que está claro que venden, pero no tanto que sean aceptables.
Ruth Ortiz, la madre de Ruth y José, asesinados por su padre hace 14 años, ha solicitado que no se publique el libro en el que el autor argumenta indagar en la mente del asesino. Los escalofriantes detalles se han publicado en todos los medios hace días. ¿Dónde está el límite de cada uno de los derechos en juego?
De un lado se esgrime el derecho al honor y a la intimidad, el derecho al fin a que no se provoque más dolor a las víctimas. El deber de no revictimizar a quienes han sido heridos. La necesidad de proteger al damnificado. De otro, se defiende el derecho a la libertad de expresión. A contar y hacer público aquello que se ha investigado. Dos derechos fundamentales que demasiado a menudo chocan de frente.
La fina línea que los divide depende, como sucederá ahora, de la interpretación que los jueces hagan de cada caso. Así debe ser. Sobre todo ello flota el difuso concepto del interés público. ¿Existe en el caso de las horribles confesiones de José Bretón, teñidas de un despreciable narcisismo? ¿Hay que dar voz a asesinos de cruel personalidad como este?
La libertad no es aquí lo que no se quiere oír, sino todo lo contrario. Pero no todo vale. Hay que poner un límite.