Diario de León

CANTO RODADO

Menos leones y más ovejas

Pastores y ovejas van a contracorriente. Con lentitud y con la naturaleza. Como el tiempo que vendrá

FÉLIX GARCÍA

Creado:

Actualizado:

El Ayuntamiento de León ha gastado un millón de euros en un león infantil. Un gigante para jugar que en el fondo es un icono más de la leonesidad elevada al cubo con la que se ha salpicado la ciudad en las últimas década. León se ha puesto el león por montera, que lo mismo sale de una alcantarilla que te cede el paso en una rotonda. Como si la figura del rampante animal nos pudiera insuflar esa fiereza del rey de la selva.

Como decía mi madre, lo poco agrada y lo mucho, si no enfada, empacha. La estética leonina como seña de identidad, aunque nada tenga que ver con las ‘legio’ de las que emana el nombre de la ciudad, se ha pasado un poco de frenada.

Hay otro León más allá de los leones. Y León debería rendir el tributo que merece a esos rebaños trasterminantes que bordean la ciudad en los últimos días de junio en su camino a los puertos de la montaña, donde van a pasar el verano como verdaderas reinas, con buenos pastos y al fresco de la montaña leonesa.

La ciudad, siempre tan subida de humos capitalinos, excepto cuando toca subirse al carro de la tradición por San Froilán, no ha tenido aún el arrojo de arrebatar a Madrid el solemne paso de las merinas por sus calles más emblemáticas. Pasan los rebaños a horas tempranas por las vías menos molestas, semiclandestinos, y son anunciados como obstáculos al tráfico con cortes que en realidad no son tales, puesto que solo enlentecen las prisas madrugadoras. La ciudad que rompió su muralla para dar paso a los coches a principios del siglo XX; la ciudad que gana ahora espacio para los peatones, pero adolece de sombras entre tanta baldosa tan bien puesta. La urbe que ha dedicado un parque a las Tierras Leonesas y una plaza al Comercio Justo, justo es que se fije en estos animales denostados por borregos, y en sus pastores, no menos despreciados, por hacer lo que tantos predican y no hacen. Buscar el alimento para sus rebaños en el momento justo y en el lugar adecuado: los veranos en la montaña y los inviernos en las riberas y páramos o dehesas extremeñas.

Si de algo tiene León que enorgullecerse es de su estirpe pastoril. Los trashumantes que han llegado a pie desde Extremadura, Paco Morgado y José Manuel Sánchez Miguel, las pastoras que cuidan rebaños en los puertos, como Carolina, Susana, Violeta o Arantxa, son los monumentos vivos de una tradición que se mueve con las estaciones con rebaños que siembran la primavera en el otoño. Parecen ir a contracorriente, con lentitud y con la naturaleza. El signo del tiempo que vendrá.

León le debe más a las ovejas que a esos leones que tanto dinero cuestan. La ciudad de legiones romanas, de reyes fundadores de la patria y de cortes proto democráticas no debe olvidar aquello que escribió Julio Llamazares en el poemario ‘La lentitud de los bueyes’ (1978) que acaba de reeditar: «Yo vengo de una raza de pastores que perdió su libertad cuando perdió sus ganados y sus pastos». O «la región donde se espesan el silencio y la retama», será León.

tracking