Diario de León

Alfonso García

Moralismos lejanos

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Un eurodiputado leonés moralizaba recientemente, se supone que a raíz del Centro Agroalimentario, que “en León tendemos a buscar culpables dentro y fuera, en un ejercicio infructuoso de vivir pendientes más del agravio que de la búsqueda de oportunidades”. Qué desfachatez desde la comodidad de un sillón con sueldo generoso y con miradas que sobrevuelan la realidad. Habría que preguntarle en qué se comprometió él con esta tierra, además de intentar ciertas trampillas, o conocer la reacción de su partido cuando otros intentaron la ubicación del Centro en el lugar que ahora aplauden. La objetividad queda relegada por los intereses del partido y, como consecuencia, personales, no sea que se enfade el gurú máximo y se diluyan puestos, prebendas y chiringuitos. La fidelidad cambia la dirección de los verdaderos intereses ciudadanos, estableciendo una doble moral. Pero empieza a no colar. Nunca es bueno predicar lo contrario de lo que se hace. Y menos, responsabilizar al resto. La opinión de uno contra la de la mayoría. La evidencia frente a quienes la niegan obstinadamente.

De la anécdota, si de tal puede considerarse, a la reflexión, tan poco conveniente y molesta. Un buen síntoma de que las cosas no van bien es la conversión de los políticos en moralistas, sobre todo los que predican la resignación ante ese futuro que nunca llega. Los ciudadanos no les pagan por eso —háganse, en todo caso, predicadores de bajura—, sino por buscar soluciones. Esta duplicidad les ha llevado al descrédito porque no saben, o no quieren priorizar. A los moralistas, tan cercanos a veces a los dogmáticos, quizá les falte capacidad o les sobre mala fe, porque parece que solo les importa someter a los demás a sus principios, aunque sean equivocados. “Haced, hermanos, lo que yo no hago”. La carrera política, un eufemismo que en no pocos casos solo encierra la voluntad de permanencia en el establishment, conduce a distanciamientos cada vez más acentuados. La culpa será del cha-cha-cha.

Pienso como principio que no pocos moralismos son consecuencia de ciertos autoritarismos, tan alejados unos y otros de la clásica auctoritas, que no otra cosa es más que una legitimación socialmente admitida. Ahí está el problema para los unos y los otros. La política no imprime ningún carácter. Y, en este sentido, hay mucho camino por recorrer. La humildad es buena compañera de viaje. Están convirtiendo al país en un polvorín los mentecatos de turno. Déjense de prédicas y moralismos.

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