Diario de León

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La tiranía de los estúpidos ha hecho diana esta vez en Lo que el viento se llevó . Una plataforma de exhibición por internet ha decidido retirar la cinta de su catálogo en EE UU por la acumulación de quejas de usuarios que la tildan de racista. Van a poner avisos en las escenas más polémicas, según advierten. La decisión inaugura un nuevo modelo cultural apto para todos los públicos, desgrasado, liberado del pecado del original, inane y adaptado a la interpretación de lo políticamente correcto. No habrá riesgos para espectadores desprevenidos que, después del verla, puedan querer convertirse en Scarlett O’ Hara con la compra de una negra que les tire del corsé, si es que el corsé se libra de la reinterpretación como prenda del estereotipo de la talla 38 —sigan ustedes el cántico que hace rima—; ni tampoco habrá el peligro de que un desaprensivo se engorile con el ánimo de emular al machista de Rhett Butler, cuyas costumbres se afearán con letras de molde al pie de las imágenes. No quedará nada suelto a la imaginación. Las obras se reinterpretarán con una colección de subtítulos en los que se desmenuce de manera adecuada la trama, los diálogos y el contexto para adaptar una ficción a la realidad que se quiere modelar. En la escena final, se dejará el juramento desgarrado de la protagonista que promete no volver a pasar hambre, pero con una apostilla en la que se deslice ‘que se joda, por negrera’.

La cesión al grito de la masa, que ignora en su borreguez que no hay nada más manejable que el grupo numeroso en el que el individuo cede la molestia de pensar para vivir en la comodidad de la consigna, avanza en las sociedades más libres. No se trata de una censura explícita, sino de una reeducación para acomodar la conducta al pensamiento único con obras en las que se adoctrine a una sociedad ejemplar. Se pueden hacer películas como Clint Eastwood, cantar himnos como Sabina o escribir libros como Pérez-Reverte, pero ahora la crítica al producto, que puede no gustar, aburrir o amargar, se deriva hacia un análisis ante el paredón por las presuntas taras del firmante. Ahí, se fusilan las creaciones por no entrar en el molde, ni limarlas de las aristas en las que se pueda herir cualquier colectivo con vocación de ofendido. Como escarmiento descargan la munición de etiquetas sobre el autor, reivindican su condena social y reclaman los daños basados en sus prejuicios.

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