Diario de León

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Don Manuel Osorio y Pimentel de Medina Cachón y Ponce de León fue el décimosegundo señor de Canedo. Hijo de Juan Crisóstomo Osorio y Pimentel y de Luisa Francisca de Paula Mediana Cachón, Ponce de León y Francos de Valencia, vino al mundo en el año 1715, recién acabada la Guerra de Sucesión, y fue bautizado en la iglesia de San Juan de la Mata.

A los veintiún años se casó. Y su esposa también arrastraba una larga cadena de apellidos, como era común entre las gentes de su condición. El 9 de enero de 1736 contrajo matrimonio con Doña Benita de Olmo Navio Osorio y Sierra, señora de la Casa de Camponaraya. Para entonces, el Palacio de Canedo, un robusto edificio de piedra y galerías de madera de estilo barroco, ya estaba en pie.

Durante la guerra de la Independencia, el hogar de los señores de Canedo se salvó del saqueo que sufrieron otros lugares del Bierzo porque abrió sus puertas, alimentó y dio cobijo a la soldadesca de Napoleón que perseguía a las tropas en retirada del general Moore tras la Batalla de Cacabelos.

Pero el palacio entró igualmente en decadencia durante el siglo XIX. Convertido en un lugar desvencijado, el último señor de Canedo, Rafael Ucieda y Osorio ,vendió la propiedad en 1942 a una familia de la zona que la usó como vivienda. Hasta que en 1986, el ‘inconmensurable’ José Luis Prada, que ya había restaurado el antiguo Hospital de San Lázaro en Cacabelos para abrir su primer restaurante, le compró el caserón a Antonio González Álvarez por 25 millones de las antiguas pesetas.

Prada tuvo que hipotecarse. Comenzó una obra de restauración, respetuosa con la historia del palacio, que iba a durar quince años. Rehizo el corredor de madera, seña de identidad del edificio. Eliminó las cuatro cocinas que habían instalado los hijos de Antonio González. Y plantó viñedos en la ladera.

No es de extrañar que el fantasma de don Manuel Osorio y Pimentel de Medina de Cachón y Ponce de León vinera a verle la semana pasada, en la fiesta donde Prada celebró los cincuenta años de su marca agroalimentaria, para nombrarle ‘verdadero señor de Canedo’. La nobleza de una persona, que nadie lo dude, nunca depende de la longitud de sus apellidos.

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