Diario de León

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La primera vez que escuché a Joan Manuel Serrat cantaba en catalán Paraules d’amor. El cantautor publicó ese disco en el año 1968 y aunque no recuerdo exactamente la edad que tenía yo cuando la descubrí, esa canción me convirtió en su fiel seguidora. Escuché repetidamente, hasta el agotamiento de mi familia, casi todas sus canciones antes de que llegara Mediterráneo en 1971, una obra maestra que encumbró al catalán y que no superó después con otros buenos trabajos. Serrat anuncia que se retira, pero deja un legado que nos enseña a mirar la vida con otros ojos. Con sus canciones descubrí por primera vez la soledad y el aislamiento que sufren los pueblos y sus gentes por la despoblación en unas «callejas de polvo y piedra» en las que los viejos «sueñan morirse en paz», con un final que antes que Alejandro Amenábar en Los otros ya utilizó Serrat en Pueblo blanco. Mi conciencia medioambiental se despertó con el sencillo y directo mensaje en Pare. «Padre, que el campo ya no es campo, mañana el cielo lloverá sangre y el viento lo canta llorando». En 1983 descubrí que Serrat y yo teníamos Algo personal con esos «cachorros de buenas personas que se gastan más de lo que tienen en coleccionar espías, listas negras y arsenales» y a los que «resulta bochornoso ver fanfarronear a ver quién la tiene más grande». Ahora me siento un poco esa Señora que en 1973 necesitó mirarse «de reojo en el espejo» para recordar que «un soñador de pelo largo» deja recuerdos en la piel. También vivo el miedo de asumir que «hace más de un año ya» permanece en mi cabeza la imagen de ese «impermeable amarillo y el hatillo» de una despedida. Los días lluviosos son más llevaderos con una Balada de otoño mientras «la tarde se va y deja la queja», al tiempo que una se siente como «un gorrión al que le da pena el canario, pero no envidia al halcón y le gusta volar bajito». Pero por encima de todo agradezco a Serrat que me alumbrara el camino para descubrir a Miguel Hernández, Antonio Machado, Benedetti, José Agustín Goitisolo, Luis Cernuda y una amplia nómina de poetas que incluye a León Felipe, al que la vida me lleva a menudo con Vencidos a buscar refugio en la manchega llanura. «¡Cuántas veces, Don Quijote, por esa misma llanura, en horas de desaliente así te miro pasar! ¡Y cuántas veces te grito: Hazme un sitio en tu montura, que yo también voy cargado de amargura y no puedo batallar!» Y otros muchos días me he visto «sentada en una calabaza», sin saber qué hacer, tras un desengaño, una traición o una deslealtad. Yo siempre apuesto por las palaures d’amor, es mi pequeña victoria que harán que hoy, a pesar de todo, «puede ser un gran día». Aunque se vaya, Joan Manuel Serrat se queda por «todas esas pequeñas cosas» que hacen que «lloremos cuando nadie nos ve».

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