Diario de León

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Hay muchas vidas en una vida. Yo, por ejemplo, ya no soy la misma de hace tres meses. Ni usted tampoco. Sólo vuelven igual los ausentes, los noqueados, los que se han puesto de perfil por miedo o por falta de ideas. O por falta de compromiso. Se distinguen perfectamente entre los demás porque insisten en que nada cambie, que todo siga como antes de que el viento de Oriente nos trajera el tsunami de un ser indeseable que nos dejó noches sin sueños, vidas sin encuentros, amores sin besos ni abrazos y calles en silencio Ahora se anuncia la llegada de una ‘nueva normalidad’, hasta hace poco lejana. Con ella se reactiva la economía, eso lo primero. Llegan los viajes y cientos de turistas. “España os espera desde julio en condiciones de seguridad”, anunció con voz triunfante el presidente del Gobierno. Y no es para menos. Se anuncian planes para los sectores productivos, ayudas para las empresas, los hoteles cubren sus agendas, los cines se abren, los trenes circulan al cien por cien de su capacidad, los bares vuelven a ser punto de encuentro, la vida abandona el silencio y bulle de nuevo por las calles. Dejamos atrás el duelo, el homenaje a las víctimas, los lazos negros, los aplausos a los sanitarios. Y de este propagandístico ‘salimos más fuertes’ me quedo con la esperanza. Pero no olvido.

Ha pensado que las personas mayores que viven en las residencias siguen confinadas, con visitas restringidas, por su bien, mientras se abren las fronteras para los turistas?

Y no quiero olvidar a las más de 300.000 personas para las que España, ese país que tantas garantías ofrece a los extranjeros, todavía no es un lugar seguro y para las que aún no he oído ningún plan de ayuda. Estoy hablando de los ancianos que viven en las residencias. No hay nadie, NADIE, que haya sufrido la crisis como ellos. Tanto, que se han dejado la vida por el camino. Y ahora, en esa lista de planes prioritarios de reconstrucción, mientras el país se reactiva, la única solución para ellos es el encierro. Y acepté, para no sufrir, que es por su bien. Por su bien tienen restringidas las visitas. Por su bien se les niegan besos y abrazos. Son mayores y débiles pero, al contrario que las personas ancianas que viven en sus casas, aún no pueden reunirse con sus familias, ni salir a pasear ni tomarse un café en una terraza. Los mayores que viven en residencias no tienen esa posibilidad. Todo por su bien. Y me apena pensar que, una vez más, las administraciones no tienen planes para ellos. Que siguen encerrados en medio de una sociedad en la que ya se suman los millones de euros como puntos de sutura. Y el tiempo apremia. El cielo no puede esperar tanto. He oído llantos de soledad, he escuchado peticiones de socorro, he notado el deterioro cognitivo que se abalanza como una losa por el confinamiento. Y también he tenido la certeza de los cuidados profesionales, de la gran labor invisible y titánica interior pese al ruido de fuera. Pero que no se olvide. Siguen ahí sin otro plan que no sea, una vez más, el aislamiento.

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