Diario de León
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León

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LEJOS DE CASA En esta tierra donde cae la persiana del sol cada atardecer, y el barro y la tierra dividen el espacio por la mitad para que el Duero transcurra por ellas con disimulo camino del mar, hace ya demasiado tiempo que vivimos condenados al olvido; al olvido político que hoy se acrecienta entre ruinas, arribes, escobas, zarzales y abrojos. Pueblos que no tardando serán recuerdo de quienes hace ya tiempo se vieron obligados a vivir lejos de su tierra y de su pueblo. Y es que en estos parajes donde hoy hacen paraíso las alimañas, estamos condenados a vivir lejos de casa sin que parezca agotarse nunca nuestra paciencia. Vivimos, mejor, nacimos acorralados en un rincón. Siempre asidos al agarradero ferrumbroso de una vieja maleta de cartón. Maleta fugitiva que nunca supo su destino para un día volver con sus huesos cansinos a la tierra que le vio nacer. La historia parece condenarnos de por vida a este mismo destino de ir y venir, o a que tan sólo veamos el agua del Duero pasar para hacer la luz lejos de esta tierra. La nuestra parece otra forma de vivir las realidades; vivir en un conformismo insultante que nos perpetúa apilando olvidos. Un conformismo irreverente que debería hacernos reaccionar ante tanta desidia. Somos penitentes de una eterna Pasión; cómplices del sufrimiento y el olvido. Siempre intentando liberarnos del él, aunque para ello sea necesario modificar nuestro cerebro y los sentimientos en nuestro disco duro. En estas tierras parece que no sintamos la necesidad de participar y seguir vivos entre los sueños de utopía que mantiene a los pueblos. Es mas, nos conformamos con que para regirnos nos impongan "cuneros" que apenas si saben dónde están nuestros pueblos y las ruinas del palomar o del aprisco del "Cuco" Convertimos las tradición en práctica con demasiada facilidad como si alguien nos hubiera condenado a copiar y copiar siempre las mismas páginas de nuestra propia historia. Y, aún, nos piden que pintemos la realidad bonita y que nunca cambiemos el paso; que no llamemos la atención, que no molestemos; que vivamos en el disimulo, porque tras el compromiso que ellos nos pintan quizá no haya mundo mejor. Sé bien que lejos de casa las noches se alargan como embudos infinitos; sé que las risas siempre son mas amargas y hasta que cuesta reconocer los colores de las cosas que un día aprendiste de niño. La sombra de una vieja maleta es larga como la sombra de atardecer; Va y viene. Te persigue irreverente. Genera el síndrome de la ausencia. ¡Cuántas cosas sabe de esta tierra la maleta vieja del abuelo!. Marzo, 2013 Benjamín Charro Morán .

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