Diario de León

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No es quien esto escribe enemigo de la descentralización que ha conducido a nuestro país desde el centralismo borbónico, repujado con el autoritarismo franquista, al actual Estado de las autonomías, donde todos los españoles tienen, para la mayoría de las cuestiones de su interés, una referencia gubernamental más o menos próxima a la que hacer sentir sus necesidades. El cambio redunda en una administración que está más encima de los problemas y que impide que haya lugares dejados de la mano de Dios, como antes. Hay, sí, comunidades mejor y peor administradas, mejor y peor financiadas, también; pero todas han hecho un esfuerzo notorio por mejorar la vida del conjunto de la ciudadanía y en buena medida lo han conseguido.

Sin embargo, de vez en cuando ocurren cosas que dejan al aire algunas costuras de ese nuevo traje, que ya no es tan nuevo y que debería por eso mismo ajustarse un poco mejor. El virus ha sido una de ellas, pero también la reciente nevada que ha caído sobre una buena parte del interior peninsular. Un episodio histórico, excepcional y todo lo que se quiera, pero que estaba más que anunciado y que cayó equitativamente y muy por encima de lo habitual en varias comunidades autónomas —la nieve no se sabe ni tiene por qué saberse el mapa autonómico—, sin que los estragos y el colapso que ha provocado en unas y otras, en cambio, se hayan repartido —y reparado— por igual.

Una fotografía lo expresaba gráficamente hace unos días: una carretera en la raya entre la Comunidad de Madrid y la de Castilla-La Mancha, en la que el tramo castellanomanchego se veía perfectamente despejado y el madrileño con una costra de hielo de buen grosor. Parece evidente que en ese punto la acción de la Comunidad de Castilla-La Mancha fue más eficaz que la de la Comunidad de Madrid; pero también queda demostrado que el sistema no está ajustado para evitar situaciones absurdas, como lo es que se despeje una carretera para llegar a ninguna parte, o a una placa de hielo intransitable, que viene a ser lo mismo.

Y es que quizá lo que falla no es el traje en sí, sino haber acertado a dotarnos de un paraguas que cubra en condiciones a todos cuando las emergencias y los reveses son universales; una estructura común y solidaria que detecte dónde se producen las grietas colectivas y que también sea eficaz a la hora de taparlas, en bien del conjunto. Ese paraguas sólo puede ser el Estado; no el viejo Estado centralista, sino otro, nacido del consenso leal de todos. Si acertáramos algún día a comprender lo que es eso.

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