Diario de León

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Más allá de fracasar en el intento de cambiar el gobierno autonómico, la fallida moción de censura sustanciada en Castilla y León constituía una oportunidad única para impulsar un nuevo tiempo político en esta comunidad autónoma. Mediada una legislatura marcada por una pandemia que dio al traste con todas las previsiones, una vez que la vacunación ha permitido avistar la salida del túnel era el momento de realizar un balance crítico y reformular los objetivos y prioridades de los dos próximos años. Dicho de otra forma, de imprimir un impulso a la acción de gobierno, recuperando los grandes retos que aparcados al haber tenido que concentrar los esfuerzos y recursos en la emergencia sanitaria y sus estragos económicos y sociales.

Esto es, abordar de una vez esos graves problemas endémicos o en camino de serlo que lastran el presente y ennegrecen el futuro de las nueve provincias agrupadas en una comunidad autónoma que, 38 años después de constituirse como tal, nunca ha dejado de ser eso: la yuxtaposición de nueve taifas provinciales. A saber, el desplome demográfico (más de 160.000 habitantes perdidos en la última década, a los que habrá que sumar los 10.750 fallecimientos que se ha cobrado ya la pandemia), la descohesión territorial producida por los desequilibrios territoriales internos, el abandono de un medio rural cada día más desprovisto de servicios públicos y al que internet llega tarde y mal, etc. etc. Desajustes y carencias que a su vez frustran la cohesión social y política de una comunidad que, lejos de avanzar en la eterna asignatura pendiente de su vertebración, en aspectos sustanciales puede considerarse fallida. (El rebrote del movimiento segregacionista en León es el reflejo del fracasado del modelo autonómico compartido por Castilla y León desde 1983).

Fracasado el cambio político que hubiera conllevado el triunfo de la moción, el impulso tendría que venir del «renacido» gobierno que preside Fernández Mañueco, pero no parece que en su seno exista propósito de enmienda para ejercitar la autocrítica y a partir de ella corregir el errático rumbo que nos ha traído a ninguna parte. Su reciente ocurrencia de paralizar unilateralmente la vacunación con Astra Zeneca indica que ha sido incapaz de extraer la más elemental conclusión del serio revés sufrido tras su osado adelanto del toque de queda. Si no hay visión ni para interpretar a Lampedusa y afrontar los cambios imprescindibles para que todo siga igual, lo de esperar un verdadero impulso político se me antoja casi un imposible metafísico.

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