Diario de León
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El rincón | manuel alcántara

Muchos de los supervivientes de la catástrofe programada por la Madre Naturaleza en Haití se entregan al pillaje. Está comprobado que los asaltos a las tiendas de comestibles y el saqueo de las pocas casas que quedan en pie después de los terremotos tienen como protagonistas a los hambrientos, pero se les reprocha su conducta. Lo primero que pierden los damnificados, después de la esperanza, son los buenos modales. Tampoco en los naufragios sale a relucir la virtud de la cortesía. Incluso los que viajaban en primera clase olvidan decir «por favor» y «pase usted primero» cuando se trata de alcanzar un bote repleto o un salvavidas. La desesperación h la cólera se han extendido por Puerto Príncipe, que es una sucursal del infierno ese que no existe, pero que sin duda tiene múltiples sucursales terrestres.

La respuesta internacional está siendo lentísima, además de insuficiente y se prevé que vaya a menos. Quizá la compasión sea un sentimiento que tenga caducidad. Si se logra resistir sus primeros embates, se va atenuando y lo que en principio fue piedad se torna en aceptación. Todos mostramos una admirab le capacidad para soportar las desgracias ajenas. Y más cuando son remotas. No he conocido a nadie entre mis amigos, que son selectos porque los he seleccionado yo, que no se haya estremecido ante la tragedia, pero tampoco hay ninguno que haya clausurado un almuerzo. En la sobremesa hemos comentado el incomprensible comportamiento de eso que llaman Divinidad. Unos creen que Dios es neutral, o sea que el mundo está dejado de su poderosa mano, y otros esgrimen la no menos extraña tesis de que se olvidó por completo de lo que había creado. Otros no saben ni contestan. Son los más sabios. Organizar ayudas es más difícil que sentir el deseo de ayudar.

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