Diario de León

FRONTERIZOS

Dos menos en un libro por escribir

Publicado por
miguel ángel varela
León

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D emetrio Mato desprendía autoridad y re speto. Para los mocosos felices e indocumentados que estrenamos las instalaciones del Instituto Álvaro de Mendaña unos meses antes de morir Franco era un ser inalcanzable, que tomaba decisiones inapelables para gobernar aquella nave gigantesca varada en medio de la nada, sobre las antiguas huertas de pimientos, en la que embarcaban cada mañana cientos de somnolientos aprendices de grumetes. Una de aquellas decisiones, la de imponer un uniforme al alumnado, no nos gustaba nada, y ello provocó más de una escaramuza, sin graves daños, entre la autoridad directiva y la rebeldía estudiantil.

Demetrio Mato tenía en la ciudad el prestigio que le concedía su veteranía en la enseñanza y un algún lejano cargo político, pero también el que se ganó con su fino sentido del humor, a medio camino entre la ironía inglesa y la retranca galaico-berciana, que suavizaba su firme carácter, tan propio de unos tiempos que en aquellos años estaban cambiando aceleradamente. A mí me echó un día del instituto, disconforme con mi indumentaria (quizá excesivamente hippy incluso para la época) y no me quedó otra que aguantarme. Luego tuve ocasión de comprobar su capacidad de mando, cuando con una simple sugerencia que no llegó a orden hizo cambiar de opinión al enviado de la SGAE, dispuesto a suspender una representación teatral de alumnos para la cual no habíamos pedido permiso (¿les suena?). Hay quien sostiene que Demetrio Mato usó esa misma autoridad para echar una mano a algún doce nte de ideas republicana s represaliado en la posguerra. Fue Medalla de Oro de Ciudad del Puente y falleció hace unos días, a los 92 años.

A Conrado Vidal Encinas lo conocí menos y en las últimas décadas había permanecido apartado de lo público, pero el nombre de este psiquiatra aparecía frecuentemente en las conversaciones sobre la pequeña historia de la transición en una población de provincias; una historia todavía por contar, con sus grandezas, sus miserias y su injusto olvido o, lo que es peor, su frívolo desprecio. Él fue uno de los dos concejales que obtuvo el PCE en las primeras elecciones municipales democráticas, un resultado que la «izquierda real» no ha vuelto a repetir desde entonces y que acabó con dimisiones en cadena en alguna de las múltiples razias a las que tan aficionados son estos grupos ideológicos, ejemplares a la hora de teorizar sobre las diferencias. El sábado pasado me lo encontré en el concierto del aniversario de la ARMHI en el Bergidum. Me prometió que vendría al teatro más a menudo. Al día siguiente falleció en un trágico accidente de tráfico. Son dos nombres menos que pasan a engrosar el censo del libro por escribir de una ciudad.

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