Diario de León
León

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Los ciruelos cargaditos de manzanas se expanden en hileras por la ciudad, se amontonan en los jardines junto a castaños centenarios, los plátanos de indias, las acacias desnudas de diciembre. Ciruelos cargaditos de manzanas de los que caen avellanas a poco que se meneen. El bosque de frutales era lo último que le faltaba al decorado de la fábula esa que cuenta cómo se exportan liebres a la mar a cambio de sardinas río abajo desde la presa del Casares. León es el parque temático de la trola, de tantas que nos han contado en los últimos años, a modo de retahíla de despropósitos para el año que viene; de lo bien que iba la urbe, lo cerca que estaba de la felicidad absoluta esta sociedad detraída, atrasada, envejecida y empobrecida; del bienestar social en plenitud aporreando a la puerta sur de la capital.

La última, en el recopilatorio actualizado de la bola, fue esa de León, ciudad segura. Lo dijeron con empaque, con solemnidad, con ese soniquete a medio camino entre la convicción y el ensayo de última hora tras la cortina del teatro. Y el público, a tragar. Se ve en la crónica de sucesos. Ahora que blanden las de acero a plena luz del día. No le faltaba más a este León que aspiraba en el 2011 al distinguido premio internacional de geriátrico del año. Resulta que quedó abierta la puerta de atrás mientras el poder se entretenía en acosar a ciudadanos normales para engrasar la factura municipal, en retar a duelo humillante a personas de a pie a costa de alimentar artificios que barnizan la torpeza de la gestión.

Creció como la espuma la precariedad, el riesgo de exclusión y la cola del paro. El día a día se escribe ahora con la de Albacete, afilada y puntiaguda; en la cara acuchillada de quien al volante de su coche trata de evitar que lo atraquen; en la yugular del empleado o propietario de un negocio al que le ponen en la disyuntiva de la bolsa o la vida; en las pandillas de chavales que a la vuelta de una noche de juerga se encuentran con una banda de callejeros sedientos de sangre. Florecen las reyertas con la luna reflejada en las navajas entre los ciruelos cargaditos de manzanas, único detalle real de aquel lugar de ensueño. Camino de la tierra de promisión se regresa al tiempo que inspiró el rodaje de Navajeros . Cuatro años bastan para hacer madurar el fruto. Cuatro años, tiempo récord en el que algunos políticos dejaron corto lo que pasó en cuarenta. Involución a alta velocidad. Involución a punta de navaja.

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