Diario de León
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VICENTE PUEYO
León

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Os distraéis con una mosca» nos decía el hermano Arturo con una ternura ladina que escondía la rúbrica del traidor e inclemente cachete. Era cierto, nos distraíamos. Sin haber leído a Machado, todavía, lejos aún de esa segunda inocencia que da en no creer en nada, las moscas eran ya tan esquivas como evocadoras: moscas perseguidas... 'por amor de lo que vuela'. Las moscas eran la libertad; aunque quizá entonces todo era un universo de intuiciones.

Confieso que, en su momento, hace ya diez años, también me sumé a los que calculaban asombrados a cuánto salía el kilo de mosca de Eduardo Arroyo pero abandoné la calculadora cuando descubrí que nunca conseguiría averiguar el precio del kilo de libertad. Da la impresión de que lo ocurrido con su proyecto escultórico -que, por fin y como diría Galileo, e pur si muove -, es el reflejo de una ciudad indolente y regocijada en el perezoso cobijo de la muralla romana. Pero la muralla tiene puertas.

Francamente, creo que ese Eolo que ya acompaña la soledad de Pelayo es un soplo de libertad y los unicornios son un símbolo de fuerza y de belleza. Un buen lugar, el entorno de la vieja cárcel, para eliminar las rejas, para crear un rincón abierto a los sueños y a la imaginación. Un buen momento, también, para recibir con los brazos abiertos a un artista polifacético e irreductible, un intelectual que mantiene lazos profundamente afectivos con León. Ligado al linaje de los Azcárate a través de Isabel de Azcárate, Eduardo Arroyo ha hecho suyas muchas de las reflexiones y preocupaciones de Gumersindo de Azcárate, un leonés clarividente preocupado por el rumbo de la sociedad de su tiempo. Arroyo le tomó prestado a Gumersindo el título de sus memorias ( Minuta de un testamento ) pero también suscribió la esencia de su ideario humanista y liberal que en él se transmutó en rabiosa independencia y un indomable espíritu crítico que le ha granjeado enemistades e incomprensión pero también muchas satisfacciones.

No se puede, en fin, poner puertas a la fantasía ni al coraje. Ni tampoco trabas a la libertad que para Arroyo «no es un fin sino un medio». Apuesto a que un día no lejano, una vez acabado el insecticida, vendrán como moscas, de aquí y allá, hasta ese rincón entre liberal y libertario de Puerta Castillo. Y quizá salgan las cuentas.

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