Diario de León
León

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Cuando el año comenzaba en septiembre siempre había un mundo que reinventar en cada curso. Coletas asimétricas y flequillos peinados a raya. El olor del papel a estrenar, el tacto pegajoso en la pasta de los libros, el sonido de los chillidos sinfónicos del recreo, la vista perdida en los encerados de las clases y el gusto de reconocerse más mayores dentro de un traje de niño que amenazaba con descoserse por la sisa.

La vuelta al colegio era un baile de hojas en el patio, zapatos que mancaban en el talón y profesores que empezaban por D. La misma rutina nerviosa que se enciende de nuevo en las aulas de la provincia, donde la despoblación se ha llevado por delante este curso los pupitres de tres colegios: Parandones, Villalís de la Valduerna y Saelices del Payuelo. Tres pueblos y sus contornos que pierden el dictado, las reglas de tres y la comba a la salida de clase, en la plaza del pueblo, donde como mucho quedará el consuelo del balón que rebota furioso contra el paredón de la iglesia para dar compañía a los últimos niños.

Lejos de estas supervivencias, de rutas de más de una hora por carreteras de segunda para no perder la oportunidad de tener una educación de primera clase y madrugones cuando todavía no ha salido el sol, en las ciudades la lucha se cierne sobre el horario. Largas colas de padres que amasan el tiempo a la salida de las escuelas para estrujar los talentos potenciales de sus hijos con interminables actividades extraescolares. Jugar por jugar, como sólo saben hacer los niños, ya se ha pasado de moda para los mayores.

Con la prisa se abandona la tarea educadora en manos del pelotón de maestros. Los últimos reductos de resistencia que quedan de la costumbre tribal que consagra la educación a la comunidad. Náufragos de un sistema que los políticos se han encargado de convertir en arma de disputa, con planes que cambian según lo hacen las siglas gobernantes y privilegios en función de cada autonomía, sin que les importe que la educación sea un proyecto a largo plazo —contrario a la rentabilidad de los estudios publicitarios de éxito escolar— y un valor de igualdad social.

En medio de esta tormenta aparece heroico ese pelotón de maestros diseminados por los colegios de la provincia. La vanguardia educativa de una generación condenada a reinterpretar conceptos claves como el bienestar social o el desarrollo sostenible. No es mal mes septiembre para reinventar el mundo y volver a ser niños.

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