Diario de León
Publicado por

Creado:

Actualizado:

Acaba de salir una nueva edición de Donde las Hurdes se llaman Cabrera , la séptima ya, según leemos en el prólogo. Han pasado 48 años desde la primera y 50 del viaje cuyo fruto fue, y cuando por lo demás se cumplen cien del nacimiento de su autor. La primera y la segunda llevaban en la portada a toda plana la figura de D. Manuel Bruña, cura de Odollo y Llamas de Cabrera. La aparición del libro levantó una gran polvareda polémica y ciertas autoridades civiles y también eclesiásticas lo acusaron de cargar las tintas de modo innecesario y hasta injusto en la descripción de una realidad, que todos, por otra parte, juzgaban necesitada de una actuación urgente para sacarla de la postración. El enfado en concreto del obispo asturicense D. Marcelo González fue mayúsculo a causa de aquella foto de D. Manuel sentado ante la iglesia de Llamas, en una postura tan poco sacerdotal y cuya tosquedad resalta aún más por la vestimenta y el breviario que está leyendo. Y al retrato fotográfico se añade el literario: «Todo ello deja a la vista los pantalones pimentón de don Manuel, así como un chaleco de profanas y múltiples tintas y una camisa de militar sin graduación. Con tales elementos, con la boina y la rústica cachava, se pierden las últimas apariencias canónicas del viejo cura» (pág. 59).

Pasados tantos años, carecería de sentido seguir en la vieja polémica a dos bandas: Cabrera-Carnicer, de modo que la defensa de uno implique simétricamente la condena del otro. Seis ediciones, más esta última, permiten deducir un número muy considerable de lectores para un libro de interés en principio limitado por su mismo tema. Es cierto que el autor jugó en el título la baza de una cierta sorpresa con la asociación Cabrera-Hurdes, para cuajar un endecasílabo perfecto (d’ésos de rítmo de gáita galléga): dónde las Húrdes se lláman Cabréra, pero el verdadero y más durable efecto lo consiguió con sus relatos, subtítulo en las dos primeras ediciones, después desaparecido. Él nos da el tono y el propósito del autor, no una simple denuncia pública y escandalizada, sino literatura, simplemente. Decidió recorrer a pie la columna vertebral de la comarca, que es el valle cavado y surcado por el río Cabrera, y sintió en el alma a cada paso el pulso de la tierra y los hombres que la poblaban y afanosamente la hollaban y trabajaban. Sus pinceladas descriptivas contagian emoción y sensibilidad. Así, por ejemplo, ante la dura ascensión a Llamas: «Me tiendo bajo los castaños, cuya flor expande un obsesivo olor seminal, como de una naturaleza genésicamente obstinada en perpetuar el verdor de las vertientes...» (pág. 46); (y añadamos al paso que el nombre dialectal de esa flor es trama, retrama o candeda). He aquí su regreso del lago al atardecer: «Cuando han pasado los rebaños, emprendo la vuelta bajo unas luces grises, mortecinas, que llenan de melancolía la cañada...» (pág. 182). O esta visión del valle desde la altura de Robledo de Sobrecastro: «El sol acababa de ponerse dejando en las nubes restos de su escenografía de cobres recién lustrados» (pág. 208).

En cuanto al otro paisaje, o paisanaje, sobresalen en primer plano las figuras bien pergeñadas del cura, el médico, la maestra, la joven airada, cada uno con su nombre propio. Frente a ambos paisajes, físico y humano, sentimos por arte del escritor cuán profun­da­mente materiales, en cuanto naturales, son los dos. No podemos olvidar, aunque ya seamos incapaces de comprenderlo, que la materia tiene mucho que ver con lo materno, y que por tanto lo material no solo se relaciona con lo técnico-utilitario, sino también con lo natural, lo gratuito-maternal. Evoquemos, en fin, el verso famoso de Santillana: «e profundamente vio la poesía», para apreciar una profundidad semejante en la visión cabreiresa de D. Ramón. El relato del ya viejo camino y aquellos no menos viejos días, dejando a un lado ciertos pequeños errores de apreciación (la talla de San Pedro no es de piedra, no hay hayas en Cabrera ni sauces en el lago, el río no pasa por el medio de Castroquilame) y tal vez un par de aristas (comida en Odollo y gallinas en la mesa de la fonda de La Baña), sigue aún cautivando a sus lectores actuales.

tracking