Diario de León

TRIBUNA

Insomnio. Camino de Damasco

Publicado por
Venancio Iglesias Martín.
León

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El mundo se hunde unas cuantas horas y los hombres regresan a la patria común de imágenes encargadas de liberar tensiones. Es el jardín de los sueños. A una hora u otra, todos alcanzan ese paraíso, todos reciben ese premio, todos menos el insomne. ¡Ay, el jardín perdido que custodia un ángel ceñudo con una espada de fuego!

Siempre se ha adjetivado el sueño con la palabra «reparador». Pero no hay reparación para el insomne, ni restauración, ni reconstrucción, sino solo ruinas. En el insomne se hacen evidentes los estropicios de la vigilancia. Nadie puede engañar al insomne en su eterna garita de centinela. La luz del despacho del interrogatorio no se apaga jamás.

Hay una orden reiterada y terrible en los libros santos: —Manteneos vigilantes. Este es el imperativo categórico del insomnio. Sobrii estote et vigilate. Se trata de una exigencia cuyo espanto moral solo percibe el insomne, que sabe que estado de alerta es el mecanismo negador de la vida.

Algo horrible hay en el Libro, porque parece que es el Padre el que recomienda: —Crucifícalo.

Que muera colgado en los dos palos cruzados: pensamiento y conciencia alerta; los dos palos que niegan el sueño reparador de las desconstrucciones espantosas de la realidad.

Tanto los combatientes de Hamás como los estrategas israelitas conocen cuánto desmoralizan al enemigo las jornadas sin sueño, la prolongada vigilancia que trata de prevenir lugares y momentos en que el enemigo aparecerá hecho de fuego y destrucción.

El insomne analiza la realidad con un encarnecimiento obsesivo, con la misma insistencia que la lengua busca el hueco de la muela que arrancó en vivo la tenacilla del barbero-sacamuelas. ¿Por dónde aparecerá la bestia, el vacío, el espanto?

Como un condenado a muerte escucha los ruidos de las puertas, las toses lejanas, el graznido inquietante de un ave nocturna; como un condenado explora el reblandecimiento de la noche y las temidas claras del día y adivina los trabajos de la minuciosa puesta a punto del mecanismo de ejecución, así el insomne mira la realidad bajo el prisma del terror y la tortura de saber que la locura no es una amenaza lejana sino una evidencia que le arrojará definitivamente fuera de la apacible sala de espera del gran rebaño.

Todos duermen, todos han escapado a la desdicha por unas horas; todos despertarán con la decisión renovada de transformar una realidad que el día anterior se había oscurecido con un horizonte de amenazas cerrado y negro. Pero él no. Como un animal en el cepo atrapado, oye reír a los cazadores que se llevarán su piel como un trofeo.

Un coro griego de preguntas sin precisión y sin interés por la verdad se agolpa en derredor... el insomne busca respuestas, investiga sin orden las causas, las razones por las que le toca a él esa imaginaria militar en la fría garita del desconcierto y el caos. Para él no existe el alivio de la muerte, sino que, como un Cristo, está destinado a vivir eternamente colgado de su lucidez.

Un consuelo le queda. El insomnio le hace mártir que denuncia la crueldad de Dios, contra quien alza su mirada acusadora. El insomnio es el suplicio del desterrado del Paraíso. ¡Del insomnio nace lo aterrador del concepto cristiano de eternidad! Esto es así. «Quien lo probó lo sabe».

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