Diario de León
León

Creado:

Actualizado:

Hace muchos años, un destacado político socialista me decía «ya vendrán, ya». El sujeto oculto era el PP, los políticos del PP que, recién llegados al poder, daban lecciones de honorabilidad sin que nadie se lo pidiera. «Ya vendrán». Lo correcto habría sido utilizar la tercera persona del singular, ya vendrá, el tiempo llegará, siempre llega, siempre, de manera ineludible acaba por alcanzarnos a todos y ese «ya vendrán» ha terminado por cumplirse ante la estupefacción de un país incapaz de creer lo que tenía delante. Aquí, lo único que realmente no se puede entender es por qué ese tiempo no se ha revelado antes o, mejor, por qué razón no quisimos ver lo que nuestros ojos nos mostraban.

Ahora, el juez llama a declarar a los antiguos responsables de Caja España y Caja Duero, y todos nos rasgamos las vestiduras, ahora, después de que les hayamos visto celebrando consejos de administración en Nueva York, después de que se autoconcedieran créditos imposibles, después de que se pagaran auditorías externas para justificar lo injustificable, después de que se pusieran y quitaran consejeros semovientes, sujetos al mandato del señor, después, después, después de tanto, ahora nos ponemos la careta de la indignación por la calderilla, por ná, por unas tarjetas con las que hacían la compra, ellos, tan horteras, tan indignos, tan soberbios como para no saber que el diablo siempre se esconde en los detalles.

¿Cómo dijo Miguel Ángel Álvarez en Radio León? «Yo lo que hice fue tenerla durante algún tiempo —la tarjeta— y al cabo de cierto tiempo pues porque no me interesaba tenerla, pues la devolví, sin más». ¿Cuántas se repartieron? ¿Sólo a los consejeros? ¿Qué pasaba en Viproelco, qué en Inmocaja? ¿Se pagó con los ahorros de los pensionistas el fin de la bacanal?

El problema de la sociedad española es que ha sido un rebaño egoísta, cuyo único horizonte fue el pesebre del momento. Mientras hubo rancho para todos no se quiso ver la obscenidad. Todos hemos vivido de las tarjetas. Todos las permitimos porque los que las tenían nos tiraban las migajas que les sobraban. Pensábamos que éramos ricos y comulgamos con el delito. La pobreza nos ha hecho ver lo que nunca se ocultó, que seguimos atados a la servidumbre del perro que mueve la cola siempre y cuando le den pan.

tracking