Diario de León

TRIBUNA

El agua en el viejo León entraba por Santa Marina

Publicado por
Héctor-Luis Suárez Pérez MOZO DELBARRIO
León

Creado:

Actualizado:

L a ciudad de León, durante siglos se ha abastecido de agua de diversas procedencias. Las más recientes de los ríos Porma, Luna y un tiempo antes del Torío. La necesidad de comodidad en su provisión y de mayores cantidades de líquido elemento entre la tropa romana y el vecindario, obligaron su captación en diversos manantiales sitos a escasa o relativa distancia en el entorno campamental. Con posterioridad, desde estos lugares se canalizó hasta la polis dando lugar «el agua de la traída». Pero esto no ha sido todo: intramuros, en la antigüedad romana también se han aprovechado litros de posible origen pluvial que eran recogidos en aljibes y otros depósitos. Además, los leoneses se han servido de la extraída del propio subsuelo y sus abundantes acuíferos. Un hecho que tomó forma a través de diversos ingenios como los pozos y que, al igual que en otras zonas del casco viejo, todavía conservan varios patios del caserío del Barrio de Santa Marina. Extramuros, la provisión acuosa podía ser tomada de aquellos caudales que, alegre o mansamente, corrían a través de las medievales presas de riego circundantes del amurallado perímetro urbano. Cauces creados para propiciar la necesaria humedad que mantenía verdes los prados y huertos del alfoz. Era el caso de la célebre presa de San Isidro que, a modo de foso del castillo discurría por la Era del Moro, facilitando el hidráulico funcionamiento del Molino Sidrón, todavía en pie. Además, en lo funcional, la ancha presa posibilitaba una próxima ubicación para el solaz de lúdicos baños infantiles, aportando así una alternativa que evitaba el largo paseo hasta el río en aquellos años donde, en lugares como el pilón de San Isidoro la inmersión no era posible, salvo que te tirasen… y en los que todavía las piscinas eran inexistentes. Una cotidiana situación que se prolongó en el tiempo hasta los años de infancia de mi padre – también del Barrio-, en el primer tercio del XX. Como se puede comprobar a través de la fotografía, en aquel no lejano momento histórico, la rapacería también alternaba espacio y chapoteos con incontables coladas generadas por legiones de lavanderas. Muchas probablemente de Ferral, que eran las más renombradas. Pero en este elenco evocador no se puede olvidar la mención a los pozos artesianos, entre ellos el mítico y todavía existente caño Santa Marina o del Arco la Cárcel. Ni tampoco a las fuentes y manantiales del extrarradio y otras zonas más alejadas, entre ellas las de La Copona, el Monte de San Isidro o los Altos de Nava desde donde, «a cantaros», el agua se recogía por los aguadores locales.

Así que, primero por nuestros antepasados de la época romana y luego promovida por el ilustrado y popular monarca Carlos III, desde las fuentes y charcas otrora existentes en las inmediaciones de la Laguna Cantamilanos y el llamado Alto de la Nevera, en la carretera de Asturias, el agua se recogía y bajaba sobre una ancha tapia que, a modo de acueducto, atravesaba prados donde años más tarde se edificarían los Maristas y las actuales casas militares, para llegar a Puerta Castillo. Estratégico lugar en el cual, merced a las acuáticas salubres intervenciones de Carolo el Fontanero se ubicó además la enorme arca principal de recogida, en 1785. Depósito todavía mencionado por Madoz, que ostentaba el llamado Caño del Arca, visible hasta la construcción con sus restos del actual arco de paso peatonal en el interior de la muralla hace unos veinticinco años. Un almacenamiento desde donde el agua corriente se distribuía a toda la ciudad, sus palacios, caños, fuentes y pilones, a través de dos arterias —una por San Isidoro y otra por el Convento de las Clarisas—. Vías realizadas primero al estilo y diseño romano —con alguna tubería metálica o cerámica y de canalizaciones a base de tégulas y opus cimenticium— y, con posterioridad, ya desde el siglo XV entubadas en plomo u otro metal. Dicho lo cual, podemos afirmar con orgullo que, el agua «de la traída», durante siglos ha entrado en la ciudad de León por la parroquia y el Barrio de Santa Marina la Real. Todo un honor, «con lo que en el barrio también gusta el vino», sobre todo en las fiestas y en su zona del Romántico.

Pues bien, parte de aquellas canalizaciones romanas —todavía conservadas y visitables en el barrio, aunque en su nueva ubicación frente a la Diputación, en el Jardín del Cid—, dio la casualidad que se excavaron en los veraniegos días de una de aquellas ediciones de fiestas del barrio, en el arranque de los ochenta. Como quiera que el campo arqueológico urbano, sin vallar, y el campo de las danzas y demás jolgorios coincidieron en ubicación, alguna que otra graciosa anécdota surgió cada noche de fiesta. En especial, cuando la madrugada despertaba. Para dar más aliciente, por aquel entonces en los almacenes municipales no existía chapa suficiente para tapar la totalidad de la extensión de la arqueológica zanja surgida —de algo más de un metro de ancho y otro tanto de hondo— y que discurría a lo largo de toda la acera de Puerta Castillo, desde el Arco hasta la entrada de la antigua capilla de los Descalzos. Menos mal que frente a las escaleras de la cárcel vieja, que era el punto alto empleado como escenario, y en la zona del inolvidable puesto de los melones y sandías, se colocaron las planchas existentes permitiendo así el bailoteo del personal sin que entre los bailarines alguien cayera «al abismo». Pero tampoco las vallas amarillas eran suficientes para cerrar el resto de furaco no tapado, por lo cual, todas las noches éstas misteriosamente acababan en el interior de la zanja. A ello se añadía en la época la insuficiente iluminación y el alumbramiento interior que muchos de los asistentes a las concurridas verbenas y demás actos adquirían en la magnífica tasca de la comisión de mozos. Oráculo del bebercio ubicado en el rinconín de la plaza donde hoy hay una mosca enorme de Arrollo. Por tanto, la pista americana para todo tipo de simpáticas acrobacias y debates parlamentarios sobre la situación de la obra, estaba servida. En honor a la verdad y a la memoria, prácticamente no hubo cliente de la cubatera barra, fuera o no vecino del barrio que, en el fragor de la torrija no explorase en cierta ocasión el fondo de la lúdica y cargada de historia trinchera. Incluso alguno tirándose de narices todo lo largo que era para acto seguido regresar al relleno de su consumición allí vertida. Tampoco faltaron a la sombra del enramado Pelayo un variado abanico de los que se zambullían con todo el equipo al regresar al abrevadero desde la acera de enfrente, donde Benavides, que era el lugar en el cual se hallaban los puestos de tiro de escopeta de perdigón, tómbolas y la rifa de perros piloto y de enormes cachas rellenas de caramelos atendida por el feriante Barata de las Ventas. Hubo cada mañana en la zanja más caramelos que agua en sus buenos tiempos, con el consiguiente y lógico cabreo de los arqueólogos

—entre ellos Fernando, muchos años profesor del Colegio Leonés— y la alegría de la gente menuda. Y todo eso, en una casi milenaria conducción acuática, ya sin agua. Vamos, que los mozos de Santa Marina, en un castizo barrio leonés como se ha visto tan relacionado con el agua y lo que no es agua, nos adelantamos treinta años a los castillos hinchables, pero en superficie más dura… y también a los parques acuáticos, y a las performances, y al surrealismo callejero…

¡Felices fiestas del barrio de gente más fina que habita en León! ¡Viva Santa Marina!

tracking