Diario de León
León

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Uno tiene ciertas referencias distorsionadas por la televisión, que es la que construye la realidad por mucho que se empeñen los hechos. Más si cabe cuando el recuerdo se afianzó en aquellos años 80 en los que había dos cadenas y una de ellas, en los pueblos como el mío, no se veía siempre. Por eso al crecer se tiende a fijar los estereotipos con la inocencia de creer, por ejemplo, que la canción triste de Hill Street suena como banda sonora de cualquier comisaría. Ya saben, aquella del Capitán Furillo y sus muchachos. Pero nada más lejos de la realidad, como se ha visto esta semana, en la que los representantes policiales se han enredado en una disputa ridícula para defender la pureza del cuerpo Nacional, como si fuera una casta por debajo de la cual los agentes locales quedaran relegados a dirigir el tráfico y aconsejar a las ancianas que crucen por el paso de peatones. Una guerra en la que «hay que llamar al 091 para ganar tiempo», según aconseja la subdelegada de Gobierno, Teresa Mata, para marcar territorio. Una competición estéril que enciende desde la ronda del balcón la comisaria María Marcos para celebrar su Cruz al Mérito Policial con distintivo rojo, pensionada con un 10% de incremento de sueldo; justo la condecoración que se negó el pasado año al policía jubilado sin el cual no se habría atrapado a la asesina de Isabel Carrasco y a su hija.

La carrera de las competencias y su distribución, ahora por el atracador de farmacias con la Local, remite a los problemas que ya hubo en el caso de la peregrina. Entonces, la Guardia Civil advirtió de que hubiera sido resuelta antes la aparición si la Policía Nacional les hubiera dejado entrar en la zona. Otra colisión competencial dentro del enredo con el que cualquier día la comisaria acaba por decidir dónde no se tienen que poner los controles de las patrullas de tráfico, mientras la subdelegada de Gobierno se busca en las placas de las inauguraciones y el concejal de Seguridad, Fernando Salguero, se embarca en una explicación de Barrio Sésamo para aclarar que hay que llamar al 1-1-2 cuando se trata de una emergencia. Un galimatías ante el que los ciudadanos no saben si reírse o ponerse a temblar.

Menos mal que quedan los agentes para arreglar las disfunciones. «Tengan cuidado ahí fuera», les recomendaba el sargento Esterhouse al acabar la reunión de repaso matinal. Aquí, también tienen que tener cuidado dentro.

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