Diario de León

EL BAILE DEL AHORCADO

La Argelia de Iglesias

León

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Q ue en este país alguien defienda que el debate lo ganó Pablo Iglesias demuestra dos cosas. La primera de ellas es que la gente se deja llevar por el twitter o por la propaganda. Desde luego, no por la razón.

Porque, en resumen, además del capítulo de historia ficción sobre la independencia de Andalucía, la chorrada sobre don Quichi y el déficit o la sonrisa de los ‘abuelos’, sus intervenciones no fueron más que una retahíla de frases dispuestas como dardos hacia el sentimentalismo y la hemiplejia sectaria.

Ahí se acabó todo, todo ello aderezado con esa sonrisa beatífica del que se gusta tanto que no tiene tiempo de nada más. Ni siquiera de leer, que ya se vio que el colmo intelectual para el líder de Podemos es Ocho apellidos catalanes , porque plantarle a Albert Rivera la pregunta definitiva, ya saben ¿Era Albert Camus francés o argelino? sólo demuestra que el escritor francés no está entre sus lecturas.

Es lo que pasa con los pedantes, que no son conscientes de su propia ignorancia y encima presumen de la nada con la tontuna del snob. El señor Iglesias debería leer El primer hombre, por ejemplo, o La caída , por ejemplo, o uno muy breve, Cartas a un amigo alemán, por ejemplo.

Aunque supongo que no le gustará demasiado, porque Albert Camus siempre estaba de parte de las víctimas, y Pablo Iglesias (mira que no aprovecharlo, señor Sánchez) siempre lo está de su propio fin, un fin para el que cualquier medio vale.

Verá, señor Iglesias, Albert Camus, siempre estuvo junto al sufriente, siempre, por eso, en Cartas a un amigo alemán se refiere no a la resistencia sino a la resistencia de los hombres libres, de los que saben que el único camino para llegar a serlo es desterrar a los tiranos y a los dioses, se llamen estos como se llamen, Maduro, por ejemplo, Castro, por ejemplo, el ayatolá, por ejemplo.

Así que ¿qué tontez de pregunta es esa? ¿Era Camus francés o argelino? Era, señor Iglesias, un argelino libre y un francés libre. ¿Lo es usted? Libre, quiero decir. Hablaba el premio Nobel de la mentira realista, la suya, don Pablo, que no es otra que esa que se sirve de la desdicha presente para prometer un futuro que, como futuro, resulta incierto pero para cuya consecución todo estaría permitido. Menos lecciones.

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