Diario de León
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AL TRASLUZ. EDUARDO AGUIRRE
León

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En Astorga, durante el Paleolítico, hubo más que onomatopeyas. ¡Hubo palabrotas! Y eso que el lenguaje aún no permitía mantener discrepancias complejas, del tipo si la sopa del cocido se sirve lo primero o lo último. Según leo en este periódico, han aparecido en la zona cientos de armas procedentes de ese periodo, que son prueba irrefutable de que —hace 300.000 años— hubo allí hubo asentamientos de neandertales. A juzgar por las fotografías, habían alcanzado cierta sofisticación en la técnica de la piedra y de la pedrada. Ya no era coger el bifaz y aquí te pillo, aquí te mato. Las armas, encontradas por Juan Carlos Campos, están depositadas en el Museo de León. «A lo mejor eran sólo para defenderse», argumentará ese lector maragato que todos los columnistas tenemos. «O para pelar la piel del dinosaurio», añadirá en su afán de marear la perdiz de los hechos consumados. Esto de la agresividad viene de muy atrás. Sobre si fue antes el huevo o la gallina caben discrepancias, pero resulta evidente que la guerra fue anterior a la paz. En la Prehistoria, los niños no nacían preguntando por Rachel Welch, sino por el silex. Port cierto, en Estados Unidos, durante este Black Friday se han batido todos los récords de venta de armas. El vicio consumista no es de ayer.

Pese a todo, lo humano no puede ser explicado solo a través de la agresividad como mecanismo de supervivencia. Hay más, somos más. A ver si un día aparece el manual de instrucciones de la condición humana, que nos dejamos olvidado en la noche de los tiempos. ¿Astorgana?» O en la de San Andrés del Rabanedo. Lo importante es que aparezca.

Hace ya mucho que aquellas armas de piedra fueron empuñadas. Pero los cristianos creemos que la existencia no es mero suceder de las generaciones, sino misión por cumplir. Lo razonó Borges: cuántas flechas a lo largo de los siglos hubieron de errar su blanco humano, para que hoy una historia de amor sea posible.

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