La cultura va por bares

Estoy convencido de que el bar es indispensable para entender nuestra historia. En algunos momentos se convirtió en prolongación de la casa, hasta el punto de que cuando se cierra uno de los nuestros parece invadirnos una sensación de desamparo. En el bar se produce lo que llaman, quizá de forma muy pomposa, socialización. Salvando las distancias, ocurre en ellos algo parecido a lo que cuenta Javier Reverte sobre los pubs irlandeses, cuya íntima verdad reside «no en el hecho de que corra la cerveza a raudales, sino en que a menudo se transforma en un hogar para los parroquianos… A un pub se va a cantar, a ver y hacer amigos —y a beber, claro—, y si uno quiere admirar dibujos y fotografías… En un pub todo el mundo se enrolla con todo el mundo y es algo así como el cascarón del alma del país».

Aunque, quizá como consecuencia de la crisis y por el cambio del vino peleón por otro de más calidad, hayan disminuido las pandillas, sus recorridos y ritos, siempre hay en la barra con quien hablar, casi de forma espontánea, de lo humano y lo divino, del tiempo y sus consecuencias para la salud o la jardinería, de las decisiones políticas sobre las que difícilmente hay acuerdo, con la inevitable propuesta personal de mano de santo, sobre las miles de alineaciones posibles –cada español es un gran seleccionador- del equipo nacional de fútbol… Y además podemos leer los periódicos, con tapa generalmente generosa, ver el partido de fútbol de pago, que abona religiosamente el cantinero sin precisar ganancias… Añada usted sus propias consideraciones.

Entre las consideraciones, la mía discurre por los derroteros de la cultura, en cuyo ámbito no pocos bares se consolidan desde hace tiempo como espacios alternativos: recitales, encuentros, exposiciones de pintura —entre nosotros un premio notable estimula la actividad—, escultura o fotografía, conciertos, presentación de libros… Es verdad que muchas de estas catedrales del humor y la sabiduría popular han generado históricamente, de forma directa o indirecta, mucha literatura y arte diverso. Suponiendo que siga siendo así, la añadidura llega como espacio de propuestas, sin que haya de entenderse como contraposición a la llamémosla cultura oficial. No lo creo. Es simplemente una nueva oferta de acercamiento, de cercanía a la cultura. El último, que yo sepa, en acercarnos esta propuesta está en la avenida que da nombre al barrio de San Mamés. En El Rincón de Rodi está la cita.