Diario de León
Publicado por
EMILIO GANCEDO
León

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Aveces, uno quisiera que le gustase el fútbol. Más que nada por ver lo que se siente. O por entender algo de esa feria bullente y rugidora, de ese enloquecido vendaval de voces, patadas, banderías y fichajes de importe ofensivo. Se entiende que, para muchos, las sensaciones y recuerdos relacionados con el asunto puedan ser agradables, entrañables, apasionados o épicos, pero para mí el soniquete del locutor radiando los partidos va invariablemente uncido a un momento preciso: el de abandonar el pueblo, cada domingo, camino de la ciudad. Aquellas voces de gol en Las Gaunas o en Balaídos o en algún otro maldito estadio resonaban por todo el coche y se volvían una misma cosa con las hileras de chopos que pasaban rápidos a ambos lados de la carretera y con la angustiosa, opresiva sensación de que el fin de semana se acababa, de que te habían obligado a abandonar la bici y las carreras y el perro, y que al día siguiente, demasiado pronto, tenías que volver a clase. El sentimiento se multiplicaba en septiembre, mes en el que a un tiempo comenzaban la liga y el curso escolar, y lo que dejabas atrás no eran dos días sino casi tres meses de soleadas aventuras riberanas.

Por eso, a veces, uno quisiera que le gustase el fútbol. Sobre todo ahora que la Cultu ha subido a segunda —y uno se alegra leal y sinceramente por ello—. Porque sería fantástico poder entender algo. Porque asistir a los aullidos, pitidos, aspavientos y demás demostraciones de locura comunal a cargo de unos ciudadanos convertidos en criaturas simiescas se parece mucho a ir sobrio por una calle poblada de borrachos. Quizá así entendería cómo es posible que el personal jalee y disculpe los delitos de varios defraudadores probados, y sólo por la proeza de introducir un chisme redondo en una especie de red de pescar, al frente de una tropilla de tipos en calzón corto.

Hay gente que consigue grandes cosas, y hay notorios fans de series, libros y aun otros deportes, y en ningún caso se dedican a colapsar la vía pública, a darse entre sí de guantadas ni a volcar sus complejos y frustraciones en las victorias o derrotas de este absurdo barbitúrico colectivo. No tenemos conciencia, no tenemos vergüenza, pero tenemos fútbol, como decía la canción.

Lo intento, de veras que lo intento.

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