Diario de León
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SILUETAS gonzalo ugidos
León

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E l calor no solo dilata los cuerpos sino la galbana, por eso el verano es una invitación a no hincarla. Pero hasta para no hacer nada se requiere talento; un paseo, un chisme sabroso,   una siesta del carnero antes de unas cañas son una cosa muy seria. Hay un arte de la desgana y una gramática del ocio, del tiempo libre y del retorno a los ritmos de la naturaleza abolidos por el sedentarismo y el aire acondicionado. Pero eso no se enseña. Nuestros padres y abuelos nos enseñaron a valorar lo que la ociosidad nos hace perder, pero no lo que nos permitiría ganar. Cierto que hay tipos que saben por ciencia infusa cómo no dar ni chapa sin morir de tedio en el intento, hay individuos tan maravillosamente dotados para no hacer nada que hasta madrugan para estar más tiempo sin dar palo al agua. Rajoy, por ejemplo, es un verdadero holgazán honorario que entiende la política como un ejercicio de procrastinación o dontancredismo: quieto parao y no des ni chapa porque hagas lo que hagas empeorarás las cosas. Otros, por el contrario, perciben el ocio como neurastenia, son los nerviosos de temperamento linfático que creen que no moverse es enmohecerse. Pablo Iglesias es el ejemplo de esos rabos de lagartija que aunque no hacen nada no paran.

Del ocio de los griegos nació la civilización. Dulces siglos aquellos, siempre que no se naciera esclavo. Ahora nos han dado el cambiazo del dolce farniente por el estrés. Se nos pide que trabajemos más horas por menos dinero, que no hagamos puentes, que nos jubilemos más tarde. Contra lo que se profetizaba, no ha llegado la civilización africana del ocio, sino el frenesí calvinista del negocio. Con los robots no se trabaja menos, sino que hay menos gente que trabaja: unos no paran y otros están parados. El trabajo será el último refugio de las élites y el tiempo libre la maldición de los demás, que ya no son útiles y no tienen ninguna oportunidad de ganarse la vida. La única respuesta sensata a este panorama desolador es la galbana, que tiene prestigio filosófico, y no solo entre los budistas. Nuestros místicos quietistas del Barroco encontraron en la gracia divina la excusa para la pereza. Para exaltar la holgazanería y desmentir esa bobada de que el trabajo dignifica, Paul Lafargue escribió un Elogio de la pereza y Bertrand Russell un Elogio de la ociosidad. Vienen a decir estos sabios que la verdadera humanización está en la vacación, en hacer todo el tiempo nuestra santa voluntad. ¿Utopía? No tanto, ya hay países que se están tomando en serio lo de una renta básica universal para que el que quiera trabaje y el que no, se tumbe a la bartola. Lo malo no es perder el tiempo, sino malversarlo como Rajoy.

Felices vacaciones, amigos.

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