Diario de León

FUEGO AMIGO

Honroso y noble paladín

Publicado por
ERNESTO ESCAPA
León

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El astorgano Luis Alonso Luengo (1907-2003) tenía cuerpo menudo y ojos chispeantes, que a veces se empañaban para proteger los renuncios de una vida dilatada y expuesta. No llegó al centenario por cuatro años, que cumplía mediado septiembre con la Exaltación de la Cruz, y los excesos funerales sumaron a su currículo honores que no gozó, como académico de la Historia. Otra prodigalidad póstuma de las exequias provinciales, habituadas a barajar desdenes con dispendio.

La obra publicada de Luis Alonso Luengo tuvo unos balbuceos cómicos y líricos en los felices veinte, junto a sus vecinos Ricardo Gullón, Leopoldo y Juan Panero. Ya a finales de los cuarenta, un veraneo invitado de Gerardo Diego cabe el Teleno les concedió la vitola literaria de Escuela de Astorga y los versos del ciclo Jardín de Astorga, recogidos más tarde en Paisajes con figuras. Para entonces, don Luis ya era magistrado de Trabajo, Juan Panero había fallecido en un vuelco de su convoy falangista, Leopoldo purgaba los presidios con excesos de adhesión y el fiscal Gullón había encontrado acomodo cántabro después de la purga alicantina.

El ambiente de posguerra lo traslucen algunos títulos de su bibliografía, copados por santos diocesanos, héroes de cartón piedra y bravatas ribereñas. Entre el cincuenta y los Veinticinco Años de Paz, cultiva desde Madrid una literatura turística de remiendo con adobos exóticos. Como aquellas pugnas tremebundas del obispo Dictino y la licenciosa Ágape por la posesión del anillo gnóstico de Astorga, que luego se esfumaría, como tantas otras antigüedades obsequiadas por sus paisanos a Leopoldo, en la almoneda de la calle Ibiza.

Publicó dos novelas: La invisible prisión (1951), que se desarrolla en la Villa Blanca de Hospital de Órbigo, donde mantuvo activo un taller de fundas de paja para envasar botellas de vidrio, y La cigüeña de palacio (1959), de lírica evocación astorgana. Luego, con ocasión del Congreso Eucarístico, le daría un nuevo rebozo a su teoría de la idea imperial leonesa, que pregonó en el Emperador el 7 de julio. Sus libros penúltimos, sobre asuntos maragatos y astorganos, se los cuidó el editor Santiago García. Don Luis siempre tuvo mejor prosa hablada que escrita. Y mucho más libre. Por eso lo publicado apenas hace justicia al torrente de su caudalosa sabiduría.

Poco antes de irse, nos encontramos un par de veces en Valladolid, donde se movía con una asistente peruana, y en Palacios de la Valduerna, con los vencejos. Junto al Pisuerga tosía como un condenado, tratando de apurar una faria clandestina. Se emocionó, hablamos un buen rato y con mis pesquisas averigüé que su memoria empezaba a inundarse. Meses más tarde, en la fortaleza de Palacios, ya flotaba con los vencejos.

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