Diario de León
León

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Un trocín de papel rayado de un bloc de anillas fue la puñalada que se encontró aquella madre escondida entre los pliegues de la mochila de los libros de su hijo. Apenas era una hojina suelta con un mensaje en el que el guaje desvelaba el infierno que es capaz de caber en poco más de 8 años de vida. «Me meto en la cama, sueño con rapear y luego sueño con caballitos de mar, luego me levanto, rapeo mogollón, luego me arrinconaron, luego me preguntaron si me quiero suicidar, yo les dije que se vayan a la mierda, me metieron un puñetazo, el otro un tortazo, me vuelvo a la cama y vuelvo a soñar». El rap del feo, lo habían bautizado los acosadores. No es ficción. Es una historia de patio de colegio: uno de esos laboratorios a escala que nos adelanta todo lo que nos pasará después.

El caso no es aislado. Lo sacó del fondo del cajón al que no llega el olvido una madre hace 10 días, después de que el Procurador del Común hiciera público un informe en el que reclama más inspecciones a los colegios concertados por otro acoso en los Maristas San José. A este último guajín, de sólo 6 años, le ataban a la portería y le pegaban balonazos y, por denunciarlo, los familiares de los acosadores llegaron a hostigarle a la puerta del colegio con el argumento de que se lo inventaba. No tuvo más defensa que sus padres. La dirección del colegio les aconsejó incluso que sería bueno que lo cambiaran de centro. Al chavalín le quedó claro desde bien pequeño que el poder defiende al más fuerte. Se aleja el problema, como se ha hecho en otros colegios, públicos y concertados de León, y parece que no existe. Pero la cuestión es que sigue ahí, a pesar de las profesoras que deslizan a los alumnos en clase que es mentira lo que pone el periódico sobre su compañero y el colegio que se autoexculpa de forma cobarde. La larva crece porque en lugar de educar en la empatía, en la difícil situación de ponerse en el sitio del otro, se fomentan los estereotipos del éxito. El fenómeno se expande porque en unas casas las familias optan por enrocarse en la postura de «mi hijo no puede ser», mientras lo consienten como a un pequeño emperador, y por contra en otras se los sobreprotege hasta anular la capacidad de defensa propia. El acoso escolar avanza porque es más fácil mirar para otro lado, reír la gracia o sumarse a los que van de campeones para engordar la jauría que ser valiente, ponerse en frente y arropar al débil. Piensen qué hacían ustedes en el patio, qué hacen en el trabajo y en la calle. Ahora, ya lo entienden.

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