Diario de León
Publicado por
antonio manilla
León

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Más allá de quien pueda pensar que el aislamiento acaso haya reducido a Julian Assange, el único prófugo que supera en fama a Puigdemont, a un mero ‘bot’ —robot difusor de noticias falsas en las redes— al servicio de los servicios de inteligencia de Rusia, los mismos que al parecer interfirieron en las últimas elecciones norteamericanas, lo cierto es que la constelación de documentos secretos que sacó a la luz Wikileaks es uno de los acontecimientos más relevantes de la época que nos ha tocado vivir. Millones de informaciones confidenciales expuestas en la plaza pública de Internet, a disposición de quien quiera consultarlas, con datos relevantes sobre espionaje, operaciones turbias, casos de abusos en acciones de guerra y violaciones de los derechos humanos, en fin, asuntos todos ellos muy edificantes sobre los que algunos tenían sospechas pero nadie pruebas. Ahora hay menos conspiranoicos en el mundo y más gente convencida, con pruebas en la mano, de que los gobiernos a menudo no son trigo limpio.

No sé si la democracia es transparencia, pero desde luego no es opacidad. Uno comprende que los gobiernos deben tener cierto margen de maniobra que no sea pública pero también que alguien tiene que vigilar al que vigila. La carta blanca es, por definición, la característica de la dictadura, entendida en el sentido griego clásico. El ostracismo de Assange, aunque formalmente sea a causa de una acusación de revelación de documentos, espionaje y traición, se me antoja semejante a las condenas de por vida a Saviano o Rushdie.

Pero todo tiene más de una lectura. A consecuencia del espionaje industrial de Assange, el mundo tal vez se haya despedido para siempre de conocer muchos de los oscuros secretos que todavía se cuecen en los fogones de las mansiones desde las que se dirige la política, pues Wikileaks no sólo ha hecho más cristalino el mundo sino también más impenetrables las cloacas. Igual que un virus informático termina reforzando las medidas de protección, la difusión de informes reservados ha vuelto mucho más inaccesibles los archivos «top-secret» en donde dormitan nuestras pesadillas. Es algo tan simple como la dinámica acción-reacción. En alguna serie televisiva ya se ha apuntado que cierta gran agencia de inteligencia, abandonando la inseguridad digital, había regresado al papel y a la caja fuerte, ya que siempre resulta mucho más difícil filtrar cualquier cosa cuando la protegen veinte centímetros de acero reforzado.

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