Diario de León
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al trasluz eduardo aguirre
León

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H e seguido la serie Apaches , en la que nuestro paisano Man Martínez interpretaba al sicario Cara de Perro. Su fortaleza física y ser de mentón cuadrado hace que dé muy bien el papel, aunque él esté en las antípodas de los violentos. En eso consiste ser un actor, en interpretar a otros. Soy un admirador de este leonés, de tan amplios registros profesionales. En Estados Unidos tendría ya una mansión junto a la de Jason Sthatam o la de Dwayne Johnson. Todo se andará. La serie ha contado con excelentes interpretaciones, dirección y ambientación… Está basada en la novela de Miguel Sáez Corral, quien ha participado en los guiones. La trama se beneficia de ese sólido soporte novelístico. Pero, a mi entender, la historia ha adolecido de un defecto, característico de estos tiempos de posverdad: los protagonistas delinquen y matan sin que apenas su interior se vea alterado. Desde que Eastwood rodó su Sin perdón , un western, pero también cine negro, los espectadores sabemos más acerca de las consecuencias de la violencia asesina sobre quien la ejerce. En Apaches ha faltado conflicto moral. En definitiva, remordimiento. En las novelas de Dennis Lehane, el autor de Mystic River , todo acto criminal conlleva soledad desgarradora en quien lo comete, aunque el mismo pueda quedar impune para la ley de los hombres. A la ficción no le exijo que ganen siempre los buenos, pero tampoco acepto el edulcoramiento del mal. No todo es relativo, pese a la niebla que lo envuelve todo. No todo es vacío, pese al caos. Y existe el milagro.

En La entrega , película basada en un relato de Lehane, escuché al final este pensamiento del asesino: «Cuando muera sé que Dios me dirá: detente tú no puedes entrar aquí». Creo en la existencia del buen ladrón, pero no por ello aplaudo sus robos. Quizá, en cine mi concepto del bueno se ha quedado anclado en el sheriff de Solo ante el peligro . Me cuesta encontrar héroes que no sean de plástico. O, al menos, perdedores que me sean simpáticos.

Por ello, el otro día seleccioné para ver con mi madre la entrañable Sombrero de copa, de Astaire y Rogers. A veces, en la ficción y en realidad, todos necesitamos que los buenos terminen siendo felices y comiendo perdices.

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