Diario de León
Publicado por
José Antonio García Marcos Psicólogo clínico y escritor
León

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E l 9 de noviembre de 1918 Berlín se colapsó. Una inmensa muchedumbre salió a las calles para exigir la abdicación del monarca y el final de la Primera Guerra Mundial. El rey Guillermo II, presa del pánico, ya se había puesto a salvo de las enfurecidas masas huyendo del país. Phillip Scheidemann, presidente de los socialdemócratas, aprovechó el vacío de poder y proclamó desde el balcón del Reichstag la República Alemana. Dos horas más tarde, el líder de los espartaquistas, Karl Liebneckt, se subió al balcón del palacio de Berlín para anunciar el nacimiento de la República Socialista de Alemania. Esta segunda proclamación duró muy poco, como le ocurrió a la República Catalana de Carles Puigdemont, porque no contaba con suficiente apoyo de la población. Cinco años más tarde, el mismo 9 de noviembre de 1923, Adolf Hitler encabezó un golpe de estado contra el gobierno de Baviera que, en caso de triunfar, pretendía extenderlo a Berlín y acabar con la joven República de Weimar. El golpe fracasó, Hitler fue juzgado y condenado a prisión, mientras que otro de los cabecillas, Hermann Göring, huyó a Suecia y no retornó a Alemania hasta que el delito había prescrito.

De nuevo un 9 de noviembre, ahora de 1938, cuando los nacionalsocialistas llevaban gobernando casi cinco años, se produjo otro episodio que ha entrado en la historia como La Noche de los Cristales Rotos, un ataque despiadado a los judíos alemanes, a sus negocios y a sus sinagogas, lo que constituiría el preludio del posterior Holocausto. Otro 9 de noviembre, esta vez de 1989, aconteció un hecho histórico inesperado que conmocionó al mundo entero: la caída del muro de Berlín. Por fin los berlineses del Este podían cruzar libremente la frontera sin que la policía disparase sobre ellos. La dictadura del proletariado había fracasado.

Al 9 de noviembre los alemanes le llaman el Schicksalstag, el Día del Destino, porque han ocurrido hechos significativos, unos positivos y otros tremendamente negativos, que han marcado con fuego su historia en el siglo XX.

A todo ello habría que añadir los acontecimientos que vivió la República Federal de Alemania en el otoño de 1977, cuando el grupo terrorista de la Baader-Meinhof secuestró al presidente de los empresarios alemanes, Hanns Martin Schleyer, un antiguo oficial nazi, para exigir la liberación de los líderes de la banda encarcelados en Stammheim. El 18 de octubre los terroristas asesinaron al empresario y los cuatro cabecillas orquestaron un suicidio colectivo con la intención de culpabilizar al gobierno alemán de sus muertes y provocar un alzamiento popular contra una República que consideraban una mera prolongación del nacionalsocialismo. El clima político de tensión generado en esos días ha entrado en la historia como el Otoño Alemán.

El otoño es, sin duda, la estación del año más romántica, el paisaje se llena de colores ocres y amarillos y, al mismo tiempo, la que provoca en los seres humanos más alteraciones emocionales. Piénsese, por ejemplo, en que las personas propensas a la depresión suelen tener recaídas o reagudizaciones de su estado psicopatológico.

En España, al contrario que en Alemania, quizás porque aquí somos más pícaros que románticos, los hechos históricos suelen tener lugar en otras épocas del año distintas al otoño. El golpe de estado protagonizado por Franco contra la II República se produjo el 18 de julio de 1936, en pleno verano cuando los agricultores comienzan a recolectar el trigo. Las primeras elecciones democráticas después de la dictadura franquista tuvieron lugar también en verano, el 17 de junio de 1977. El golpe de estado de Tejero fue el 23 de febrero de 1981, en pleno rigor invernal.

Ahora bien, tengo la sensación de que en el futuro próximo se va a producir un cambio significativo en esta cronología de los acontecimientos y el otoño se convertirá en la estación que marque el devenir político de nuestro inmediato futuro. El retorno del nacionalismo nos ha vuelto a todos más románticos. Ya el otoño pasado vivimos momentos de alta tensión con la convocatoria y realización del referéndum anticonstitucional en Cataluña, la declaración unilateral de independencia, el autoexilio del expresidente de la Generalitat y la entrada en prisión de varios miembros de su gobierno. Es, sin duda, el preámbulo de lo que vamos a vivir este otoño, que ya está a la vuelta de la esquina, con el ingrediente de que este año aflorará con toda su fuerza el durmiente nacionalcatolicismo español como consecuencia de la exhumación de los restos del dictador del Valle de los Caídos. Viviremos, pues, tiempos de exaltación de las emociones junto a un acentuado menosprecio de la razón. Y la razón está en que los separatistas catalanes deberían volver al Estatuto y a la Constitución y, a partir de ahí, si quieren, continuar con sus proyectos de construir la República Catalana y los que encarnan el españolismo más trasnochado deberían aceptar la exhumación de los restos del dictador y convertir el faraónico mausoleo en un lugar de memoria, en un Gedenkstätte, como han hecho los alemanes, que interprete adecuadamente nuestro pasado, sobre todo para que no volvamos a cometer los mismos errores de enfrentarnos a tiros los unos contra los otros. Pero me temo que llegan tiempos en los que, además de pícaros, nos vamos a convertir en románticos con el peligro que eso conlleva.

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