Diario de León
Publicado por
Arturo Pereira
León

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La vida exige de nosotros regates permanentes para poder hacer frente a la infinidad de desafíos que a diario se nos presentan. La falta de cintura se convierte en un obstáculo para la inmensa mayoría que ven como juegan con desventaja respecto los más habilidosos. Una cosa son estos regates necesarios y otra los de aquellos que se dedican a regatear el aire.

Hay diversas categorías en esto de regatear el aire. La primera categoría es aquella formada por los que no tienen nada en la vida, aquellos que por más que lo intentan no consiguen salir de su estado de inmundicia, son los desheredados de la fortuna. De nada les sirven los quiebros y recortes con los que intentan cambiar su destino, este les persigue sin piedad. Regatean, recortan, quiebran, pero la fatalidad los acompaña hasta el final de sus días.

Como otra categoría tenemos aquellos que podemos clasificar como simples. Se pasan su vida diciendo y haciendo simplezas. Todos hemos conocido personas de esta índole. No aportan nada bueno, ni malo, ni todo lo contrario. Una variante de esta categoría es el pretencioso, el fatuo. Este, además de no aportar nada, adereza su conducta con ínfulas sin fundamento.

Pero, no todo regateador del aire está marcado por un «sino» negativo. Y es que hay un tercer grupo que está integrado por aquellos que sin haber sido bendecidos por la naturaleza con más dones y capacidades que sus homólogos, sin embargo, parece como si una varita mágica los hubiera tocado y sus días se cuentan por días de felicidad y éxito.

No hacen nada diferente a los otros, simplemente tienen éxito en todo aquello que se proponen. Todos conocemos personas a las que la vida les sonríe de forma natural, aunque no seamos capaces de explicarnos cómo siendo tan simples, la vida les retribuye de forma tan contundente.

Regatear, regateaba bien en gran Butragueño, El Buitre por todos conocido. Templanza, visión y, sobre todo, eficacia, eran las notas características de este fenómeno del fútbol. Cada jugada suya era medio gol. Era la eficacia personificada, era todo lo contrario a un regateador del aire.

En los momentos que vivimos, por unas u otras causas, los regateadores del aire se han convertido en la casta social predominante. Unos, los desheredados, por causas ajenas a su voluntad. Pero los otros, han conseguido colarse al frente de la sociedad. Vivimos momentos en los que la simpleza aderezada de sofistificación marcan la moda de nuestras conductas.

En definitiva, la esterilidad e ineficacia presiden la organización social. Nunca se había escuchado tanta cantidad de desatinos juntos, de cambios radicales de opinión, si es que se puede decir que alguien tenga una opinión solvente sobre algo. Más bien lo que hay es una adhesión permanente al pensamiento flojo e irreflexivo. Esto, con ser grave, tiene la ventaja de modular nuestro pensamiento en función de lo que más nos interese. Generalmente lo que más nos interesa es satisfacer nuestros egos.

Pocas cosas habrá más inútiles que regatear el aire, pero sí que debemos reconocer que hay verdaderos maestros de este arte. Son maestros porque tienen un público que se ha contagiado de esta práctica y también la ejercen en sus vidas. Hemos procedido a simplificarlo todo, a ser reduccionistas y este es el campo abonado para los regateadores.

Si seguimos regateando en un terreno inconsistente como es el aire y no nos centramos en lo tangible, en lo que nos da de comer, en lo que genera progreso, se nos vendrá encima el refrán de que: «Del aire no se vive», y además terminará por arrastrarnos hacia no se sabe dónde.

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