País Basto

HAN pasado cinco años del secuestro y posterior asesinato del infortunado Miguel µngel Blanco, suceso que añadió un nuevo y perverso matiz moral a la palabra «vileza», y nada ha cambiado en el País Vasco, llamado por algunos el País Basto a causa de su irrefrenable propensión a transformarse en el parque temá- tico de la estupidez y el racismo. El lendakari y sus acólitos siguen tratando de crear un idílico mundo a su medida, así que como les sobra la estricta careta de quita y pon, se han lanzado a una serie de delirios¿ étnicos e históricos que parecen haber salido del Libro Gordo de Petete. Y mientras tanto, los políticos de la oposición viviendo a tumba abierta, nunca mejor dicho. La última barrabasada del fascismo norteño la ha sufrido Chenoa, cantante de Operación Triunfo, receptora de tal catarata de insultos y amenazas de muerte si llegaba a actuar en Vitoria, que lógicamente ha declinado la gentil invitación. El problema es que la muchacha venía a sustituir a uno de esos grupos autóctonos, paladines de las mejores esencias vascas, apodados algo así como «The palurdos blues band». No digo que Chenoa sea la heredera musical del gran Caruso, pero allá  cada uno con sus gustos y, por supuesto, todos los fans tienen derecho a ser adormilados por sus cantantes favoritos. Un tema menor, «peccata minuta» en el horizonte de encanallamiento establecido por el padre Arzallus y sus tribus arias. ¡Ah¡ siguen trabajando en su progreso espiritual, dibujando en el aire castillos independentistas que, desgraciadamente, huelen a cadaverina democrática.