Diario de León
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EL tabaco es la droga que más adicción crea y que más dinero mueve, de modo que el carácter legal de su comercialización y uso nunca llegó a convencernos del todo de que las grandes compañías tabaqueras no funcionaban, en el fondo, como los carteles del narcotráfico o las redes mafiosas. En el caso de los monopolios nacionales, como lo fue nuestra tabacalera durante tanto tiempo, fomentaban, además, el anarquismo de los españoles, perplejos ante el hecho de que el Estado (que no éramos todos, sino Franco y los suyos) se lucrara de una manera tan colosal con la toxicomanía de sus súbditos, cosa que, por lo demás, sigue haciendo mediante los impuestos salvajes que gravan el precio del tabaco. Pero que ciertas multinacionales del ramo, Reynolds concretamente, se enriquecen además lavándole el dinero negro a las redes criminales del tráfico de estupefacientes y de armas, es algo que provoca hasta en el fumador más empedernido unas ganas tremendas de dejar de fumar. Según ha denunciado la Unión Europea, la Reynolds, fabricante de los cigarrillos Winston y Camel, entre otros, destina parte de su gigantesca producción al contrabando, pero al contrabando con destino a esas organizaciones criminales que pagan el tabaco con el dinero que roban u obtienen ilícitamente y que luego Reynolds ingresa, blanqueándolo, en el típico banco serio o indecente de Suiza. De Estados Unidos salen regularmente barcos cargados con grandes contenedores llenos de cajetillas de Winston que acaban en manos de esas redes que con su comercialización redondean lo que sacan con la trata de blancas, el robo de automóviles de lujo, el tráfico de armas o el comercio de coca y heroína. Si Putin abolió con su gas la linde entre el terror de los terroristas y el de los estados, la Reynolds ha suprimido la frontera entre empresa y mafia. Habrá, que otra cosa puede hacerse, que dejar de fumar.

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