Diario de León
Publicado por
Miguel A. Varela
León

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HEMOS estado estos días viendo (¿se dice quizá visionando?) cortometrajes en la sala de Caja España, refugio último para los cuatro cinéfilos del pueblo a los que no les asusta revisar a Fassbinder y comprobar que, pese a su tosco lenguaje cinematográfico, su obra mantiene el tono transgresor y moralmente cañero de los setenta. Nos hemos acercado esta semana al Certamen de Cortos de Ponferrada, aliñado con una magnífica exposición del cartelista berciano Velasco, que se ha dejado la vida reproduciendo los rostros más bellos de la pantalla, vendiendo el glamour que una vez tuvo la industria hollywoodiense. A algunos, ya entrados en años, los carteles de Velasco nos han puesto nostálgicos: tardes de sesión doble en el Morán, y triplete dominguero convenciendo al Rubio de nuestra falsa mayoría de edad, y bocadillos de lomo en La viuda que sabían a gloria, y cortos obligatorios antes de la «peli», y un mundo de colores que compensaba el gris cotidiano de la Ponferrada predemocrática. El caso es que hemos estado estos días en el Certamen que se ha montado la asociación Mi retina me engaña con más ilusión que dinero y hemos debatido la calidad de los productos a pie de barra. Se ha creado el ambiente jugoso de lo que puede ser un buen Festival, con sus invitados, sus pequeñas estrellas y los ritos de fervor que el celuloide, aunque sea en el pequeño formato de un cortometraje, puede provocar. Ahora que los alumnos de la Escuela de Cine andan con guiones bajo el brazo y los de producción aprenden a sablear con estilo las necesidades más inverosímiles, nos saben bien estos días de cortos.

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