Diario de León

¡Yo sé quien soy! Doctor Honoris Causa

Publicado por
P. Pablo Mansilla Izquierdo
León

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¡Yo sé quién soy! repuso ufano Don Quijote a Pedro Alonso cuando este le desmentía su personalidad caballeresca, —y prosiguió el hidalgo— «… sé que puedo ser no sólo los dos que he dicho, sino todos los doce pares de Francia, y aun todos los nueve de la Fama, pues a todas las hazañas que ellos todos juntos y cada uno por sí hicieron se aventajarán las mías» (DQ I, Cap. V). Esto mismo podría afirmar el flamante Doctor Honoris Causa por la Universidad de León el Excelentísimo Señor D. José Luis Rodríguez Zapatero cada vez que la vida le exigió un pronunciamiento, y fueron muchos en su completa y brillante biografía.

Desde que el ser humano se irguió para mirar al horizonte se ha interrogado por saber quién se es y quien se quiere ser. La conexión de estas dos cuestiones es el verbo saber, del que nuestro doctor, con motivo de un crítico momento de la historia de España que exigía su decisión, reflejó en su libro: El dilema, 600 días de vértigo : «lo perverso del uso del verbo saber en este contexto no es que alguna persona cayera en una presunción que no poseen, sino que el lenguaje supone que el mundo no es más cognoscible de lo que realmente es».

Zapatero siempre ha sido consciente de lo que implica saber quién es y, lo más importante, saber quién quería y quiere ser: un hombre llamado a dedicar su vida por entero a la vida pública y a la familia.

Dos vocaciones que ha llevado a cabo con tenaz voluntad, inteligencia y tolerancia, la primera, y con amor, compresión y dedicación, la segunda. En ambas propensiones ha cumplido con creces hasta el punto y seguido que representa el hito de hoy en su fértil peripecia vital.

Recorrido que ha andado sin volver la vista atrás, sin remordimientos ni rencores, en paz consigo mismo y con los demás, siempre inclinado al respeto y al encuentro, con un bagaje de certeza y confianza en sus valores públicos y con inquebrantable fidelidad personal en sus afectos. Hay muchas razones para que la Universidad de León haya reparado en él para destacarle entre sus pares. Su singular personalidad, en todo caso, a mí me evoca este breve recuerdo:

Destaco su sentido democrático y su compromiso social, que se inspiran en los principios republicanos, en cuya cima está la voluntad general y el bien común. Con la libertad como atributo intrínseco a la personalidad única de cada hombre a los cuales transciende hasta ser la esencia misma de la humanidad.

Junto a esta, su vocación innata por la justicia, aquella que otorga a cada uno lo suyo, como predican los clásicos, y que trata desigual a los desiguales como fórmula para consagrar la igualdad de oportunidades. Y su particular entrega a la dimensión social del ser humano, que hace de la «polis» no solo su comunidad sino su hogar. Un espacio público de solidaridad que se articula a través de la política, de cuyo ejercicio es partidario absoluto.

Desde esta convicción siempre ha descreído del poder per se: para él un medio para alcanzar las más nobles aspiraciones políticas y sociales. De igual modo, su trayectoria indica que la oposición no ha sido su residencia preferida, ni siquiera como contrapunto del poder. Para él, «lo que debe hacerse» es un imperativo moral que no puede estar limitado por la dimensión de aquello a lo que se opone, sino por lo que realmente se cree. Zapatero es un político con letras de molde que enmarca su acción en hacer el bien sin esperar nada cambio. Sus aspiraciones solo están al servicio de los altruistas fines que persigue y a los que dedica su incansable actividad.

No renuncia a soñar —bendita inocencia con la que le motejan algunos iletrados materialistas sin memoria— porque sabe que es el primer paso para conquistar el futuro. Acaso por ello, en su paso por la política representativa, ha dejado un vasto legado legislativo que destaca por su contenido vanguardista en campos nunca antes hollados en las libertades civiles y las garantías sociales.

Desprecia la soberbia: por el contrario, asume los riesgos de obrar y errar, pues como dice la paremia popular: «para dar una vez en el clavo y hay que dar cientos en la herradura». Combate sin desmayo la pobreza de las personas más humildes. Sobre todo, aquella necesidad extrema que quiebra la dignidad y condena a la desesperanza y hasta la indecencia aquellos que la padecen, como recoge certeramente el Romances del Cid: Destierro del Cid :

«¡Oh necesidad infame,

a cuántos honrados fuerzas

a que por salir de ti

hagan mil cosas mal hechas!».

José Luis es, sin titubeos, un hombre de familia. Su esposa Sonsoles «le ató a su yunta» en los albores de su adolescencia, y a la que un día como hoy seguro que le ha renovado su sincero compromiso de amor y lealtad incondicionales; sus hijas Laura y Alba, con las que ha urdido una red de cariño y respeto repleto de complicidades familiares; y con el recuerdo de su querido padre, Juan, faro que siempre le ha orientado y con quien comparte genética y carácter. A todos ama sin esperar ser correspondido y tal vez por ello sea tan querido y admirado por sus deudos y por los que hemos tenido ocasión de asomarnos a su círculo familiar.

Jorge Luis Borges, sobre el que escribió una pequeña joya: No voy a traicionar a Borges , en Informe Brodie , dijo algo que viene al caso: «He sospechado alguna vez que la única cosa sin misterio es la felicidad, porque se justifica por si sola». Su felicidad resplandece con tal fuerza en su entorno que resulta una verdad categórica.

Enhorabuena, doctor, por los de méritos que hoy ha reconocido tu alma mater. Enhorabuena, compañero Zapatero, por tu entrega a las ideas que ambos profesamos y que tu tanto has encarecido. Enhorabuena, querido José Luis, por tu espontanea amistad.

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