Diario de León
Publicado por
Venancio Iglesias Martín
León

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Hace unos días murió Carlos, profesor del Juan del Encina. Y la muerte de un profesor, me obliga a reflexionar en cómo fue el fracaso de su vida (toda muerte significa un «fracaso» ante la vida). El cadáver de Carlos se ha puesto en pie de guerra, en defensa de lo que fue su vida. Vivir es haber vivido, porque solo al final se alcanza a dar una visión, siempre precaria, del conjunto de la vida. ¿Precaria? ¡Algún dios de misericordia nos ha dotado del olvido porque la memoria no nos dejaría vivir! Vaya por delante que es vano todo intento de definir una vida.

Pero por lo que toca a su vida publica, fue tan abnegada la vida de Carlos, como para dedicarse a la enseñanza de la filosofía en un mundo como éste, en el que las humanidades cuentan como un apéndice cultural. ¡Qué valor! Es digno de grabar sobre su urna aquellos versos de Blas de Otero: «Miradme bien, y ved que estoy dispuesto/ para la muerte».

Aunque el post-modernismo se defina como la caída de todos los idealismos, Carlos se agarró al idealismo platónico que se potencia con el cristianismo y con la filosofía escolástica. Platón que adoraba a su maestro Sócrates, enseñaba «filosofía como preparación para la muerte». Estas palabras resuenan en mis oídos desde el día de su deceso. Carlos estaba preparado desde sus años juveniles de seminario. Era razonablemente católico y con esto de «razonablemente», no querría, de ninguna manera, hacer menoscabo de su fe. Su fe, basada en la razón como dice la escolástica, permaneció incólume hasta el día de su muerte. ¡Quién sabe los verdaderos motivos de Carlos que lo inclinaron a los estudios filosóficos! El misterio de la muerte reside en esto, en que abre todas las preguntas y da la callada por respuesta. Me lo imagino «con toda su muerte a cuestas», llamando tímidamente a la puerta del Paraíso, y el Señor… —«¡Pasa, hijo, pasa! El tránsito no ha sido duro como el de tu maestro Sócrates. ¡No te quejaras! ¿Te acuerdas de aquel soneto que os dedicó Venancio y que decía: «¡Vive con Carlos el amor tranquilo./ Tus hijos ya conocen de la vida/ el filo, y vuelan sólos su cometa»? Eran otros tiempos de felicidad. Ahora viene el tiempo de separación. Pasa, hijo, pasa. El tiempo de desolación y perplejidad de Tere y tus amigos pasará». Y digo yo, su amigo, con César Vallejo: «Tanto amor y no poder nada contra la muerte…». … Y luego, su bondad y su inmensa afabilidad tan cercana a la armonía socrática. Yo estoy seguro de que la afabilidad en Carlos no era una máscara de las que usamos los profesores para proteger nuestra intimidad sino que brotaba del espíritu de su formación filosófica. En cualquier caso, brotara de donde brotara, era tan notable en él que nunca le oí levantar la voz, a no ser que sintiera amenazada alguna de sus convicciones más intimas.

Descansa en paz, amigo. La muerte te libera del peso del mundo. Lejos quedan los baches y las angustias por la realidad.

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