Diario de León

San Froilán en la distancia…, y tocar las narices

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Voy de nostalgia en nostalgia. La del año pasado que ya no pude estar en Legio, a primera hora de la mañana, en la concentración de pendones, su andadura festiva, y caminar entre las gentes leonesas ávidas de mostrar su galanura, puesta e izada en su pendón, que es todo un lujo de altos vuelos.

Todo es viveza, desde el prosaico «tu vara, mi vara,» rescatándola del camión que las porta, para que cada grupo pendonero, el de cada pueblo, lugar, o concejo, la tome para incorporarla orgulloso su paño, un damasco a buen recaudo hasta llegar allí, al lado de San Marcos, precisamente a la explanada que muchos deseamos se empiece a nominar oficialmente como «De los Pendones Leoneses».

Y el año en curso, se está repitiendo en mi la añoranza, la impagable de estar ahí, casi integrado desde los prolegómenos que, más que preparación, son el camino de la exaltación de una de las verdades leonesas, y fundirme en el alegre ir y venir de sus gentes...

Entremos en el momento. Ya han incorporado las telas, lo que parece un alegre quehacer es además una tarea tradicional y festiva. El sonido de la dulzaina deja oír el Himno a León, ha llegado el momento del esfuerzo conjunto de izar los pendones, cada vez con más rigor, compromiso y respeto, hay que decirlo, componiendo una hermosa exhibición colorista, agrandada con el ondular de los crespones.

El desfile da comienzo. Los espectadores, allí presentes, los vemos partir por la gran avenida de San Marcos, algo que mi amigo de niñez, Geigo, para mi Manolillo, ya no verá el arranque desde su casa, acaso sí desde el más allá, y yo, por la distancia física, que no sentimental, tampoco los podré contemplar…, y ¡disfrutarlos! Ambos recuerdos, muy personales, compatibles y hasta necesarios, «son lágrima, son emoción» que lo coyuntural agranda.

En marcha ya los pendones, portarlos, y hasta bailarlos, es cuestión de destreza, pero también de voluntad y entrenado cariño por lo propio. Santo Domigo, calle Ancha, hasta la plaza de Regla, donde, enhiestos tratarán de competir en colorido con las vidrieras, el gran lujo de la Pulchra Leonina. La fiesta acaba de empezar. Los carros acompañan. Y en la Virgen del Camino, en las puertas del santuario, cuando «toque», los romeros lo harán en las narices al santo.

Cuantas veces acudí al desfile de pendones, y fueron muchas, he podido ir observando, no sin agradable sorpresa, el progresivo aumento en número de las grandes enseñas. El empeño por la recuperación de cada pendón en el olvido, rescatarlo del arca de los tiempos, ponerlo a punto, restaurarlo o «reeditarlo», conforme a documentos, está siendo esfuerzo popular, muy digno de agradecer. ¡Todo lo local costumbrista es el gran patrimonio provincial!

Siempre me agradó ver a los niños implicados en el montaje, a su manera, dependiendo de la voluntad paterna, y luego en el desfile acompañando. Han crecido y ya van compartiendo el lujo y esfuerzo de portarlos, en número que sorprende, y más aún cuando las niñas, ya jovencitas, han entrado en la misma dinámica, cada vez más, se dejan ver en su esfuerzo compartido de pendoneras.

Vamos con el segundo pasaje de nostalgia. Está en mi memoria, pero, en buena parte escrito en mi blog. Aquí de forma somera y cual relato, trataré de mostrar cómo en torno al tema pendones leoneses, allá por el primer lustro de funcionamiento del acaparador ente autonómico, y en relación a un buscado error dicente difundido, quise interpelar al entonces obispo de Astorga…

La Virgen de Catrotierra, afectivamente conocida «como de la lluvia» a hombros regresaba de Astorga a su santuario. Año 1988. Sol y limpio cielo. Un desfile inacabable de fieles y pendones la acompaña, la fotografía espectacular y el comportar de las gentes inmejorable, el campo aportaba grandeza y emoción. Vamos a un detalle, que, en plan defensivo leonés, me llevó a dirigirme al señor obispo de Astorga, a la sazón Bribá Miravent , quien en su alocución, dirigida a los que estábamos en plan romero, intercaló una frase sorprendente: «a los castellanos aquí presentes»; que yo no sacaba de contexto.

Finalizado el acto, cuando iba camino de su coche, y ya subiéndose, me acerqué a toda prisa para decirle, por favor permítame que le haga una pregunta:

¿Cuáles son sus feligreses castellanos, a los que aludió? Tras mirarme fijamente,   contestó: «Tenemos en la diócesis pueblos de Zamora».

  Era el «otro tocar las narices», en este caso al pueblo leonés. Me lo acababa de poner fácil, por ello  le repliqué: esos fieles zamoranos que dice, son leoneses, no castellanos. Pero él, ya en el coche y casi en marcha, añadió algo que no pude entender… en tanto con la mano, gestualmente, parecía mandarme una bendición a través del cristal de la ventanilla…, ¡menos es nada!

Hasta ahí, algo más que una anécdota para mí . Y para la ocasión y cierre, rescato parte de unos versos que, en el citado blog, respecto a los pendones tengo escritos:

«¡Altos y bien visibles! / tradición y orgullo secular, / desbordante   ilusión / ya sea en individualidad altiva / o cuando, conjuntados, toman talante de   magna representación. / ¡Verdadero   soplo vital de un reino en remembranza!»

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