Diario de León

TRIBUNA

Bouza pol escritor

Cualquiera puede sufrir cáncer

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N o hay que tener miedo. El miedo nos acorta la vida, y con él se vive mal. Creo en el destino, y lo que tenga que pasar pasará inevitablemente. El destino, aunque juegue mal sus cartas, siempre gana. El tiempo es tributario del destino. La vida es Cuestión de tiempo, lo dice mi poema: «Todo lo que soy,/ todo lo que tengo,/ todo lo que he sido,/ todo lo que me espera, todo,/ todo lo he ganado limpiamente,/ sin trampas,/ ni cartón./ Fue en una gran partida,/ abierta a la ilusión,/ con toda la esperanza,/ fui,/ y pasé, sin haber hecho juego./ Servía los naipes el destino».

También creo en el libre albedrío, y lo practico, pues no lo considero contrario al destino, sí complementario. El destino es el sino, el azar, la buena suerte o la desgracia. Uso mi libre albedrío o libertad al salir de casa, y pensando o sin pensar, con algún motivo o sin él iré por una calle; pero el destino o la casualidad será el culpable del tiesto que me caiga en la cabeza y me mate o me deje inválido para siempre. De igual manera tengo libertad para jugar a la Lotería, pero la última palabra la tendrá siempre el destino, el azar. Así sucede muchas veces, pues la vida es también cuestión de suerte. Consecuentemente, siempre he trabajado honestamente para ganar la libertad, la independencia, dentro de un orden, y así intentar depender lo menos posible del destino, de la predestinación, de los genes, de la herencia biológica, de esa forma de ser tan personal, distinta, que me aleja de ciertos individuos, de sus crueles comportamientos, que a veces hasta hace que me sienta como si ellos y yo fuéramos de naturalezas distintas.

Me cuesta aceptar que todos los seres humanos estemos hechos a imagen y semejanza de Dios. Mi fe de creyente, que reza desde niño, nunca ha sido ciega, y siempre ha tratado de saber, ha preguntado, ha debatido. Creo que se llega hasta Dios a través de una empinada escalera móvil, de madera, y cualquier peldaño, sano o carcomido, nos pone a prueba. ¿Quién puede asegurar que creer en Dios es una perdida de tiempo? ¿Por qué hay gente que se mofa de los que creemos en el más allá?

Esta «filosofía» de andar por casa, por la vida, no es barata ni de inferior calidad que la de muchos grandes pensadores. De mis lecturas filosóficas, de juventud, me «impactó» el pensamiento y la «razón» del esclavista Aristóteles, un rico, orgulloso, privilegiado, insensible ante el dolor de los seres humanos que él y los de su ralea tenían sometidos.

Siempre me ha molestado este «ser superior» considerado un sabio, que decía que el esclavo nace, es un bien material, una propiedad de su amo que puede hacer con ella lo que quiera, pues el amo ha nacido para mandar, lo mismo que el esclavo para obedecer y entregar su vida sirviendo a su amo.

«El cuerpo no es más que el vestido orgánico del Espíritu: se gasta, se transforma, se disgrega: el Espíritu subsiste». Así lo dejó escrito, en 1917, el astrónomo Nicolas Camille Flammarion en su obra La Muerte y su Misterio. Libros así nos hacen pensar e intentan evitarnos el miedo a la muerte. Creo que no hay Infierno, pues Dios es amor y nunca castiga.

He vuelto a leer los libros de la doctora Elisabeth Kübler-Ross, entre ellos el titulado La muerte: un amanecer. Trece libros publicó sobre la muerte y los moribundos, los cuidados paliativos. Explicó el significado de las mariposas pintadas en las paredes de los edificios de los campos de exterminio nazis.

Ella dijo: «Vivir bien quiere decir aprender a amar. Debéis demostrar un poco más de amor. Compartid vuestras riquezas. Dios es amor incondicional». «Ningún ser humano puede morir solo, porque la gente que ha muerto antes que vosotros y a la que amasteis os espera siempre. La muerte no es más que un pasaje hacia otra forma de vida, que es la claridad absoluta, la felicidad eterna, algo tan maravilloso que no hay palabras para describirlo». «Si alguien no quiere admitir un hecho, encuentra mil argumentos para negarlo».

El doctor sueco Arvid Carlsson, Premio Nobel de medicina, no creyente, manifestó: «No creer en Dios es una forma de discapacidad». «Creer en Dios está en nuestros genes». «De las tres religiones monoteístas el cristianismo es la mejor».

Y, digo yo: Creer en Dios no es siquiera un dogma de fe, sí es, sencillamente, sentido común, razón, sentimiento, amor verdaderamente solidario, no fanatismo irracional. Rezo todos los días, pero hace tiempo que estoy disgustado con mi Iglesia, una iglesia que dice ser «universal», buscar la unidad, la igualdad, ayudar a los pobres y, sin embargo, es incapaz de destituir a los curas separatistas. Desafortunada Iglesia Católica que en estos tiempos corrompidos por la mentira, la amnistía, la violencia y los discursos envenenados, no defiende bien sus valores ni cuida a su «rebaño», e incluso se permite agasajar a algunos agresivos insultadores, sembradores de odio, que cercenan la democracia y la libertad.

Creo que la libertad es una cuestión de fe, esencia en la que no pueden creer los materialistas. Aunque se la utilice y se le asigne una función política, la libertad es, en origen, un concepto cristiano y religioso. Somos libres incluso para elegir el mal.

La libertad es el medio, la herramienta con la cual se puede alcanzar la justicia, la solidaridad, la dignidad de las personas, y es sagrada a pesar de todos sus peros y máculas, pues en ella radica nuestra civilización cristiana occidental. El cristianismo considera al hombre, a todos los hombres, portadores de valores eternos, irrenunciables. Esta es, pese a quien pese, la concepción central, el núcleo, el motor, la verdad de nuestro sistema de valores.

Del cristianismo nace la suprema dignidad del hombre, la subordinación de los intereses económicos y la propiedad privada al bien común, el derecho al trabajo con una retribución justa y suficiente para vivir dignamente. Aunque muchos españoles lo ignoren, el catolicismo contiene un armonioso cuerpo doctrinal sobre el que se articula la más ilusionada (y utópica) de las revoluciones sociales, ya soñada y vislumbrada hace más de dos mil años. En la legítima aspiración por la justicia social y por la solidaridad, la Iglesia Católica ha ido siempre en vanguardia, defendiendo a los marginados, a los débiles, a los enfermos, a los menos preparados.

Los que me conocen saben que creo en Dios y doy la cara por Él aunque no vaya a misa los domingos. Hace años, antes del cáncer y de la quimioterapia, algunos nuevos «amigos» me preguntaban si era yo un cura secularizado. Les dije que no, pero que sí lo había sido mi querido y admirado cuñado, Juanjo, de La Bañeza, casado con mi única hermana en marzo de 1972.

Juanjo y yo, antes de ser cuñados, fuimos amigos, vivimos muy satisfechos con nuestro afecto, cercanía, estudios, debates, partidillos de fútbol, viajes. Compartimos pensión y estudios en Madrid, fuimos compañeros de esperanzas y sufrimientos por culpa de la empecinada deshumanización del obispo Antonio Briva Miravent que se negó, durante cuatro años, a concederle a Juanjo la secularización.

Mi querido cuñado, fallecido el 30 de enero de 2018, comulgaba todos los domingos y a lo largo de su vida siempre encontraba un momento diario para entrar en la iglesia más cercana y arrodillarse ante Dios. Lo recuerdo siempre, en cualquier momento, y me encanta expresar mi afecto por este gran hombre, excelente persona, que tuvo un comportamiento honesto, valiente y ejemplar. Su honorable vida estuvo coronada por dieciséis años de lucha contra el cáncer, sin perder la alegría ni sentirse herido. Decía que tenía mucha suerte, que Dios estaba presente, que era feliz. Tanto es así que publicó un libro, íntimo, sólo para la familia y unos pocos amigos, cuyo título es: «Memorias de un hombre muy afortunado».

Ya escribí muchas veces que creer en Dios es una muestra de humildad, de gratitud, de amor. Juanjo, mi querido cuñado, mucho me ayudó para poder entenderlo así.

Gracias, Dios, por haberme protegido, por regalarme la inmensa dicha de nacer en Villafranca, de haber tenido padres cariñosos, honestos, trabajadores, una buena familia verdaderamente honorable, que me quiere y mima demasiado.

Una vez al mes, por la tarde, me permito saborear, lentamente, despacito, poco a poco (como si fuera un libro), una taza de chocolate calentito y espesito, con canela, acompañado de largas tiras de pan. Se cortan rebanadas de hogaza de masa madre, se tuestan, se les echa unos chorros del mejor aceite de oliva virgen, y de miel. Luego se hacen tiras y, a mojar, y mojar...

Siempre he sido fuerte, he tenido buena salud. Sólo padecí sarampión, varicela, paperas, amigdalitis, resfriados. He trabajado mucho, mentalmente y físicamente. Nunca estuve gordo, sí hice mucho ejercicio y me mantuve en ochenta kilos de peso, de acuerdo con mi estatura, y cuando me sorprendió el cáncer llevaba nueve años sin tener necesidad de molestar al médico de cabecera. He sido, y soy, muy austero, casi vegetariano, no he consumido bebidas alcohólicas (ni siquiera vino), ni refrescos, ni bollería, ni café, ni sal, ni tabaco, ni carnes de aves, ni cordero, ni cabrito, ni conejo, ni callos, ni salchichas, ni morcilla. Me asquea la casquería, pero, por razones de salud, necesito consumir algunas proteínas animales, por lo cual, de vez en cuando, me alimento con un filete de ternera, fino y bien hecho, y también con la carne del cocidito mensual. Del cerdo sólo pruebo alguna vez unas lonchas de jamón (no me gusta el botillo, y comer cochinillo debería estar prohibido), pero sí me apetecen unos pocos pescados, y me encantan todas las frutas, las verduras, las legumbres y los frutos secos. El chocolate negro no engorda, amigos, fortalece cuerpo y alma, nos acerca a nuestros semejantes, nos lleva hasta Dios.

Colaboremos con la Asociación Española Contra el Cáncer.

Con toda Burbialidad.

Mi fe de creyente, que reza desde niño, nunca ha sido ciega, y siempre ha tratado de saber, ha preguntado, ha debatido. Creo que se llega hasta Dios a través de una empinada escalera móvil, de madera, y cualquier peldaño, sano o carcomido, nos pone a prueba. ¿Quién puede asegurar que creer en Dios es una perdida de tiempo? ¿Por qué hay gente que se mofa de los que creemos en el más allá?
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