Elevando el tono para no bajar la guardia
Tras visionar en Max los cuatro capítulos del reportaje El minuto heroico. Yo también dejé el Opus, he decidido volver a sentarme ante el teclado de mi ordenador, apoyado en lo que conozco por los 50 años de ejercicio profesional y que, observo, nadie o muy escasas autoridades se toman verdaderamente en serio el tema de los abusos generalizados de autoridad, de poder, de conciencia y, por supuesto de los plurales abusos sexuales, aún increíbles para el gran público. Por si alguno quiere ponerme en cuestión: en mi archivo profesional, hasta el presente, tengo censadas más de 5.000 historias clínicas, todas ellas referentes a «ex» miembros que pertenecieron a algún colectivo religioso (masculino/femenino), tanto del clero diocesano, como del clero regular (de clausura o de vida activa). Quienes por profesión hemos atendido a estas personas, sabemos que en la España pot-conciliar (1965), (en Europa pasó otro tanto), en los últimos 50 años, se ha producido una verdadera estampida o éxodo de profesos, superior a los 20.000. Lo que uno descubre al escuchar las historias de hombres y mujeres adultos, que han profesado desde muy jóvenes y han vivido enclaustrados (diez, veinte, cuarenta y más años, muchísimos varones han ejercido el sacerdocio), y que al final, un día decidieron con temor y temblor, dar el paso y volver al siglo (seglares)…, lo que descubrimos tras cada una de esas historias personales de vida religiosa, pocos se lo pueden imaginar, porque las instituciones religiosas son muy poco transparentes, amén de que el miedo, la culpabilización, la pobreza…, sellan muchas bocas, y algunas sólo hablan, muy bajito, de sus sufrimientos y tragedias en confesión o en consulta clínica: saben que en ambos fueros «disfrutan del secreto profesional» y, si lo sufrido ya no tiene arreglo, al menos pueden desahogarse y soltar lastre. Soy testigo.
Todas las clausuras necesitan ventilarse, porque donde no entra el aire, donde no hay información, el ambiente se enrarece y muchos sujetos sufren en silencio y sin posibilidades de defensa adecuada… Cuántas tragedias podrían haberse evitado… ¿suicidios? También, por supuesto; pero aquello que no se ve, no se publicita y además está sometido al poder de un dictador, de un/una déspota o de alguien que habla en nombre de dios (como si tomaran café con él cada día), todo eso, insisto, es mucho y a veces muy trágico, porque para el común ¡es absolutamente desconocido! Las trece mujeres de España, América Latina, Irlanda, Reino Unido dan testimonio de su vida en el Opus y de su salida de la Obra (liberación del «
serviam», de la esclavitud). Aquí no hay trampa ni cartón. Hay una realidad escalofriante, que pone los pelos como escarpias. Este reportaje y otros similares hay que verlos. Hay que leer libros que no se traducen al español, como el de la Dra. Mª. Jo Thiel, L»Église catholique face aux abus sexuels sur mineurs, o el de Constance Vilanova, Religieuses abusées. Le grand silence, o el de la Dra. Muriel Salmona, Le libre noir des violences sexuelles. La férrea clausura que rodea el mundo institucional (religioso/político) necesita mucha luz, y taquígrafos sin bozal, para que cuantos se amparan en el silencio y en el miedo al que someten a la población entera, se tienten la ropa y cobren su sueldo solo si sirven a la población, no por esclavizarla y abusar de ella. Todos, los de un credo u otro, los de una ideología política u otra, los progresistas y los conservadores vivimos bajo poderes muy poco transparentes, poderes de los que hablamos y opinamos a diario, aunque en la mayoría de las veces, sin un conocimiento preciso de lo que hacen y deciden nuestros dirigentes. Nos hemos acostumbrado a ser tan crédulos, que no nos atrevemos a poner en cuestión la conducta de los que, de algún modo, gobiernan nuestras vidas. Pero vamos viendo la necesidad de levantar las alfombras y los felpudos que pisan estos que nos mienten a destajo y sin el menor rubor. Unos, en nombre de dios y otros porque se dicen elegidos del pueblo, pero nos olvidamos de que al Dios y al Pueblo, con mayúsculas ambos, los abusadores y mentirosos se los pasan por el arco de triunfo a diario y aquí nadie o muy pocos se atreven a levantar la voz, como si llevaran un bozal que sólo se lo quitan para pastar: llevarse la pasta y comer carne fresca, de la que no les contagia el ¡sida! Hasta ahí llegan unos y otros, sin que el buen Dios mande fuego y arrase a esta Sodoma y a este ejército de mentirosos sin escrúpulos. Nos estamos quedando sin el calor básico, (país empobrecido, sin natalidad de reposición), sin dinero para cocinar y encender la calefacción o enchufar la nevera, y, por supuesto, sin pastores que tranquilicen responsable y seriamente las conciencias de los creyentes. Muchos ni son creíbles ni de fiar. Esto es lo que un ciudadano sencillo, pero cargado de sentido común, llamaría un «sin dios» o el caos, que nadie, ni el más estúpido, puede aceptar en silencio. Vuelvo a insistir: tras visionar las cuatro sesiones donde el espectador puede escuchar la voz y ver las caras de esas trece, (buen número para los supersticiosos), heroínas que son fiel testimonio de lo que miles de mujeres y de varones, con distintas intensidades y gravedad, han sufrido en sus vidas, sin que nadie pudiera imaginarse ni los modos de reclutamiento y de reclusión, ni tampoco, las técnicas de sometimiento de conciencias, por la opacidad de los muros institucionales, tras esta macabra realidad, en la que la política o arte de gobernar y servir a los «politas de las polis» se deshilacha y rompe como un viejo jersey tricotado; o cuando la religión, que es comunión y respeto sumo a todos y cada uno de los miembros de la comunidad, ayudándoles a crecer y madurar como personas, se queda resumida en puras prácticas rutinarias sin el menor compromiso hacia el prójimo (próximo)…, cuando el cumplo y miento se generaliza y normaliza social y personalmente, perdonen mis lectores si me atrevo a hacer la pregunta: ¿esto no es el caos que ninguno desea, salvo que sea un terrorista fanatizado o un psicótico en pleno delirio? O estamos anestesiados, o metidos en la olla, como la rana, acoplándonos a la temperatura que nos va a cocer definitivamente y, antes de darnos realmente cuenta, el fuego de la olla hirviendo habrá anulado nuestra capacidad de respuesta. Por otra parte, en este ambiente (tibio), no antirreligioso ni antipolítico, aunque sí de gran laxitud ética en el área religiosa e igualmente en la política, con supina ignorancia en ambas, han proliferado guetos y grupitos sectarios/extremistas, (de uno y otro lado y color), donde todo tiene un precio y donde el dinero y el fuego siempre latente de la sexualidad mal educada e injustamente vituperada desde los siglos IV y V, con base maniquea de Aurelio Agustín y de su interesada madre; hasta este límite nos hemos acomodado, sin preguntar y sin dudar, y así nos ha ido y nos sigue yendo. ¿Dónde queda el mensaje legado por el Jesús del Evangelio? De los guetos religiosos, (ahora me olvidaré de los partidos políticos), y de las conductas sectarias hemos tenido ejemplos abundantes a lo largo y ancho de la historia de la humanidad. Por recordar los más cercanos hasta de nuestros días, tenemos al fundador de los Legionarios (Marcial Maciel, 1941); el Sodalicio de Vida Cristiana (Luis Figari, 1947); Instituto del Verbo Encarnado (Carlos Miguel Buela, 1984); Opus Dei y sus secuelas; Marcus Iván Rupnik (1954), ex jesuita, en plena refriega actual… Para qué seguir esta letanía de despropósitos, donde a la institución creada y sacralizada para su gloria y provecho por cada fundador no le interesa en absoluto la transparencia, ni la luz, ni los taquígrafos, sino, como a los estrategas políticos, la opacidad y el nadar en aguas procelosas y cenagosas, hasta conseguir comprar al juez, al fiscal o un diosillo barato que perdone el evidente disparate, llámese éste amnistía o absolución. Les vale todo cuanto a ellos beneficia. Lo dicho, un «sin-dios», que viene de muy atrás, acaso desde Constantino I y de Nicea.