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AL socialista Francisco Vázquez, corregidor de A Coruña, le votan hasta las gaviotas azules que se posan sobre los tejados de la plaza María Pita. Sus mayorías absolutas engordan cada proceso electoral. Hay quien afirma que le votan hasta las viejas damas vivas, amigas de doña Carmen Polo, esposa de Franco, que toman chocolate en el casino, donde lucen sus brazos enjoyados hasta el codo y miran al puerto en las tardes de lluvia. Paco Vázquez es un socialista atípico. Viaja por libre, quizá porque conoce a la sociedad coruñesa con más precisión incluso que Camilo José Cela en su novela La Cruz de San Andrés. Paco Vázquez ha sido el maestro de ceremonias del Gobierno, reunido en Consejo de Ministros en el ayuntamiento de A Coruña para lavar la negrura de su actuación por la tragedia del Prestige. Los socialistas han aceptado la actuación del corregidor con resquemor. Le ama más la derecha que su propio partido. Quizá sólo el secretario general, Rodríguez Zapatero, ha salido en su auxilio: «Sabemos distinguir -dijo- una contienda partidaria de la colaboración y cortesía institucional». Cortesía y colaboración exquisita, copensada en la misma sesión ministerial con la concesión de la Gran Cruz de Isabel la Católica. El aterrizaje del Gobierno en A Coruña estuvo pecedido de absolutas medidas de seguridad. La irritación gallega no ha bajado de tono. José María Aznar, por segunda vez, acudió a la ciudad. En la primera se atrincheró en la torre de control marítimo, y el pasado viernes en el Ayuntamiento. A diferencia de la primera visita, en esta ocasión llevó la mochila llena de promesas. Tuvo la misma contestación, pero ya se sabe que las penas con pan son menores. Acudió a lavar la cara del Gobierno y del partido y vendió el Plan Galicia, un programa de compensación de daños y reactivación económica que se eleva a 12.500 euros, parte de los cuales ya tenían consignación. Aznar vendió el Plan Galicia como un «compromiso personal». Le queda menos de año y medio de presidente del Gobierno, y aunque el programa es a ocho años vista, se ha comprometido. Quizá es que Aznar es dueño absoluto del partido, en la actualidad y a largo plazo, y maneja a su antojo los talonarios del Estado. Fernando Ónega, compañero de página, gallego ejerciente, escribe que estaría dispuesto a mirar para otro lado si esas promesas se cumplen. La oposición lo resume en un deseo: que sea una realidad presupuestaria y no se traduzca en papeles en blanco sobre fondo negro. Aquí sabemos bastante de promesas. Y de decepciones. El Plan Galicia abarca desde inversiones en la regeneración mediambiental, a ayudas a los afectados, impulso a la actividad económica, nuevas autovías, tren de Alta Velocidad, promoción turística y otras actuaciones. Un plan cosmético de altos vuelos. Más altos que los de la gaviota.

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