Diario de León
León

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Mal fario es que quieran destruir un mural de Manuel Sierra sobre la paz, en San Andrés del Rabanedo. Lo mismo está ya destruido cuando el lector tenga este periódico en sus manos. El fue el primero en hablarme de que junto a la pintura mural que aspira a permanecer, también hay otra efímera, muy interesante. Pero aquí estamos ante un caso distinto. No es que el muro en cuestión haya de ser utilizado para un honroso fin, por ejemplo, prohibir fijar carteles. La obra embellece la fachada del local de Izquierda Unida, que desea seguir admirando el trabajo de Sierra, que quiere seguir aportándola a los demás. Nada hay en el mural que pueda molestar a los propietarios del local, aunque nos asombraríamos de la susceptibilidad que se gastan algunos. ¿Tapar ahora un mural sobre la paz? ¿y no merece una amnistía, por lo menos hasta que llegue el momento de plasmar otro? No he tenido ocasión aún de hablar con él, porque mientras escribo inaugura en Sardón una exposición sobre lozas pintadas. Comprendo que tenga cierto resquemor, incluso cuando se argumenta, como él hace, que ciertos murales nacen, viven y mueren. Pero de llegar el momento de esto último, más digno es que un mural agonice por zarpazos de lluvia y pintadas de amor que por mera mala leche, aunque esto sea muy español, incluso cuando la vaca es suiza. Manuel Sierra está dotado con el don de la vida y del coraje. Su obra emite energía positiva. La coherencia de su mundo dialéctico no depende del mensajillo circunstancial. Es un constructor de milagros. Lamento no haber ido a la inauguración, porque siempre me apuesto a que Sierra hablará de Durruti. Y gano. Es un excelente artista. Y además es bueno, cualidad que también debería constar -si procede- en el currículum. No está el mundo para ir asesinando murales. Y menos de Manolo Sierra.

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