Volantones

EL PAJARERÍO, tras la exhibición canora y los pavoneos sexuales de mayo, muestra los resultados de un trajín reproductor fructífero. Cientos de pollos volanderos, caracterizados por aspecto colicorto, boqueras amarillentas en los laterales del pico, vuelos dubitativos e incansable actitud piante y petitoria frente a los adultos, se observan en ciudades, campos y bosques. Los ecólogos, en su jerga sabia, hablan de reclutamiento, una generación de jóvenes reclutas -volantones- que engruesa las poblaciones aladas. Esta maquinaria de producir carne nueva, en tremenda cohorte de descendientes chillones, es imprescindible a la vista de la corta vida media de un pájaro: del orden de quince meses en un pardillo, lavandera o gorrión. Algún pajarillo sortudo y capaz llegará a vivir hasta ocho años, pero lo habitual es un continuo reemplazo generacional. Como si de una fábrica de chorizos se tratara, la sabia naturaleza procrea materia viva que la muerte engulle. Hambre, depredación, cansancio, frío y accidentes rodean al ave, siempre libre, que, como dice la biblia, ni siembra ni cosecha, despreocupada por el destino. Los pastizales reciben nutridos bandos de tordos, los estorninos negros que criaron en los tejados, con los padres seguidos de gritones volanderos pardos. En las espadañas de iglesias, los nidos de cigüeña blanca contemplan el entrenamiento aleteador de los cigoñinos, de pico y patas negruzcas, sin el carmesí de sus padres. Hay veces que un volantón, caído del nido, cría de gorrión, colirrojo tizón o verdecillo, parece desamparado y hambriento, no siendo raro que algún caritativo paseante, creyéndolo abandonado, se lleve la bola plumosa y piante a casa. Tremendo error, excusable por el amor franciscano al animalito en apuros. Los padres del volantón, en cuanto no hay gente, ceban con gusanos e insectos al presunto huérfano. Tiene mejores posibilidades de supervivencia sin recogerlo que acogido en una caja de zapatos en la que se meten migas de pan..