Diario de León
Publicado por
MANUEL ALCÁNTARA
León

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ARDE París por los cuatro costados de los iraníes que se queman según el modelo patentado por los bonzos mejor rapados y más combustibles. Las humanas fogatas se han convertido en señales luminosas de protesta por las redadas contra los Muyahidin del Pueblo, un grupo absolutamente convencido de que la oposición iraní tiene toda la razón y de que Alá está con ellos. Deben de ser muchos, ya que la policía francesa ha detenido ya a 159. La lucha contra la globalización del terrorismo está llevando a mutuas situaciones de histeria. Desde el 11 de septiembre se ven posibles terroristas por todas partes, aunque se dediquen a vender relojes digitales por las playas. Todo el que tenga la tez oscura es sospechoso de no infundir la menor sospecha y por lo tanto hay que vigilarle. De continuar por este camino, en París necesitarán un bombero por cada inmigrante. La radicalización islámica es evidente. No lo es menos la occidental, pero nuestro fanatismos son más serenos. Es muy raro que un europeo se prenda fuego para protestar por la actitud de su jefe de Gobierno y en cambio es bastante habitual que lo haga un islámico descontento con la conducta de su ayatolá. De cualquier forma, hay muchas maneras de presentar nuestra dimisión irrevocable y todas son mejores que la de achicharrarse vivo, sobre todo en verano. Se puede abandonar la vida voluntariamente por amor o por desamor, cercado por la soledad o abrumado por ciertas compañías, por ansia de absoluto o por temor a dolores físicos insoportables. También por la ausencia de un ser querido o por la ausencia de dinero. Incluso por tedio. Los estoicos veían en el suicidio una definitiva confirmación de la moral del ser humano. Lo que no se entiende es el procedimiento elegido por los iraníes. Se convierten en ninots de las fallas de París ante la indiferencia de los transeúntes. ¿Qué grado de desesperación es necesario para quemarse vivo? Un suicida egregio, Ángel Ganivet, habló de «la furia contra nosotros mismos».

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